1. La Semana Santa se inicia con el Domingo de Ramos, en que se celebran las dos caras centrales del misterio pascual: la vida o el triunfo, mediante la procesión de los ramos en honor de Cristo Rey, y la muerte o el fracaso, a través de la lectura de la Pasión correspondiente a los evangelios sinópticos (la de Juan se lee el viernes).
El Domingo de Ramos —pregón del misterio pascual— comprende dos celebraciones: la procesión de los ramos y la Eucaristía.
Del aspecto glorioso de los ramos pasamos al doloroso de la Pasión. Esta transición no se deduce sólo del modo en que históricamente acaecieron los hechos, sino porque el triunfo de Jesús en el Domingo de Ramos es signo de su triunfo definitivo. Los ramos nos muestran que Jesús va a sufrir, pero como vencedor; va a morir, mas para resucitar. En resumen, el Domingo de Ramos es inauguración de la Pascua, o paso de las tinieblas a la luz, de la humillación a la gloria, del pecado a la gracia y de la muerte a la vida.
2. Jesús entra en Jerusalén (donde está el pueblo) a lomos de un borrico (con humildad, mansedumbre y paz), rodeado de un cortejo (la comunidad). Se ha negado siempre a ser considerado rey según el sistema de este mundo: no entra sobre un brioso caballo, porque su intención no es dominar, sino servir.
El relato lucano de la Pasión muestra la grandeza moral de Jesús en contraste con la nuestra, de ordinario mezquina. Lucas pone de relieve la inocencia y la misericordia de Jesús: muere perdonando y ofreciendo el reino. La primera confesión de fe después de la muerte de Jesús aparece en boca de un centurión: «Realmente, este hombre era justo».
3. A la entrada en Jerusalén, los discípulos de Jesús se mezclan con el pueblo: reciben al Señor «entusiasmados», alabando a Dios «a gritos». Ayudan a que el pueblo rechace a los fariseos, por manipuladores y falsos guías (Jesús los ha desenmascarado), y acepte como guía a Jesús, libre de intereses bastardos, en contacto con el pueblo y capaz de tomar decisiones que le acarrean la muerte. En cambio, los fariseos del evangelio —enemigos de Jesús— se sienten halagados por todo tipo de honores, se aferran al poder y buscan las riquezas. Tienen miedo a las actitudes de Cristo y a las reacciones del pueblo. Por eso no se detienen hasta conseguir dar muerte al justo.
REFLEXIÓN CRISTIANA:
¿Vivimos en nuestro interior un cierto fariseísmo?
¿Con qué actitudes debemos encarar la Semana Santa?
Casiano Floristan
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