1. El Evangelio pone de relieve muchas veces el contraste que se da entre nuestros juicios sobre los demás (severos) y sobre nosotros mismos (indulgentes). También se observa la diferencia entre el juicio del sistema imperante (implacable) y el de Dios (misericordioso). No obstante, hemos hecho de Dios un juez terriblemente severo, y ciertas personas con poder se han erigido en jueces supremos.
2. Los «letrados y fariseos» representan la dureza de una actitud antievangélica; la «mujer sorprendida en adulterio» es la imagen de un pueblo que no es inocente, pero que es habitualmente maltratado por quienes lo dominan. En este texto de Juan (más propio de Lucas) se descubre una gran trampa tendida a Jesús por sus enemigos: o absolución (contra la ley judía) o condenación (contra la ley romana). El juicio de Jesús, sin embargo, es doble: a los acusadores les devuelve su pecado, y a la acusada le da la paz, el perdón y un futuro nuevo.
3. En una sociedad a menudo tramposa, diseñada por una ley interesada, se desatan las durezas, agresividades y venganzas. Es una sociedad poco propicia a perdonar y a pedir perdón, actitudes que se consideran como señal humillante de debilidad. Con todo, el Dios de la misericordia se ha encarnado en Jesús, el cual juzga severamente a quienes se obstinan en permanecer en las tinieblas y salva a quien se reconoce pecador. Jesús no excusa el pecado, pero perdona al pecador.
REFLEXIÓN CRISTIANA:
¿Por qué juzgamos a los demás con dureza?
¿Nos sometemos con docilidad al juicio de Dios?
Casiano Floristán
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