No hay perdón sin amor. La reconciliación no es el resultado de la humillación del pecador, sino del encuentro de dos personas.
La acusación del incoherente
Según los estudiosos de estos temas este pasaje es un cuerpo extraño en el evangelio de Juan. Sus referencias al monte de los Olivos, a los escribas, por ejemplo, su vocabulario y su estilo no corresponderían al del cuarto evangelio. No toca aquí profundizar el asunto, además todos reconocen su valor histórico y la fidelidad con la que este hermoso relato expresa el comportamiento de Jesús.
La escena hace resaltar la novedad de la actitud de Jesús frente a quien ha pecado, pero también frente a la mujer. La ley prescribía la pena de muerte para el pecado de adulterio en el caso de la mujer. Aquellos que presentan el asunto al Señor lo saben, pero quieren que cometa un error para declararlo culpable (cf. Jn 8, 46). De acusadores, Jesús los convierte en acusados poniéndose a escribir misteriosamente en la tierra y lanzándoles a la cara: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra» (v. 7). Un desafío que mantiene toda su vigencia ante nuestro permanente empeño de criticar a otros, pasando por encima de nuestro propio comportamiento. El Señor rechaza la incoherencia de quienes hablan de un modo y actúan de otro. La acusación, e incluso el perdón, debe estar acompañada de un examen de conciencia personal.
Mujer ¿dónde están?
Si el adúltero es un hombre el castigo no será la muerte. La autoridad de Jesús hace que los acusadores, hombres, se retiren uno a uno (cf. v. 9). El gesto de Jesús es de perdón a la pecadora, pero también de rechazo al ensañamiento contra la mujer y al doble trato dado a la mujer y al hombre. Otra forma de incoherencia. La mujer, por serlo, peca mortalmente allí donde el hombre lo hace con menos gravedad. ¿Por qué razón? Jesús no acepta esta pretendida justicia de dos pesos y dos medidas; con ternura dirá a la adúltera: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más» (v. 11).
El Señor no se fija al pasado. Hay que rechazar lo que estuvo mal («no peques más»), pero sobre todo, hay que orientarse a lo que viene. Dios realiza siempre «algo nuevo» (Is 43, 19) en nosotros, como él debemos estar atentos a lo que está naciendo. No es que el pasado no importe, sucede que como dice Pablo «olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante» (Flp 3, 13).
El perdón supone confianza en quien ha pecado. Sin amor no hay perdón. El comportamiento de Jesús con la adúltera revela su delicadeza y ternura, su capacidad de creer en el otro, su rechazo a todo tipo de fariseísmo.
Gustavo Gutiérrez
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