27 febrero 2016

La orientación de fondo

El objetivo de la Iglesia no es preservar el pasado. Siempre será necesario volver a las fuentes para mantener vivo el fuego del Evangelio, pero su objeto no es conservar lo que está desapareciendo porque ya no responde a los interrogantes y desafíos del momento actual. La Iglesia no ha de convertirse en monumento de lo que fue. Alimentar el recuerdo y la nostalgia del pasado sólo conduciría a una pasividad y pesimismo poco acordes con el tono que ha de inspirar a la comunidad de Cristo.
El objetivo de la Iglesia no es tampoco sobrevivir. Sería indigno de su ser más profundo. Hacer de la supervivencia el propósito o la orientación subliminal del quehacer eclesial nos llevaría a la resignación y la inercia, nunca a la audacia y la creatividad. «Resignarse» puede parecer una virtud santa y necesaria hoy, pero puede también encerrar no poca comodidad y cobardía. Lo más sencillo sería cerrar los ojos y no hacer nada. Sin embargo, hay mucho que hacer. Nada menos que esto: escuchar y responder a la acción del Espíritu en estos momentos.

Propiamente, tampoco ha de ser el primer propósito configurar el futuro tratando de imaginar cómo habrá de ser la Iglesia en una época que nosotros no conoceremos. Nadie tiene una receta para el futuro. Sólo sabemos que el futuro se está gestando en el presente. 
Esta generación de cristianos está decidiendo en buena parte el porvenir de la fe entre nosotros. No hemos de caer en la impaciencia y el nerviosismo estéril buscando «hacer algo» como sea, de forma apresurada y sin discernimiento. Lo que seamos ahora mismo los creyentes de hoy será, de alguna manera, lo que se transmitirá a las siguientes generaciones.
Lo que se le pide a la Iglesia de hoy es que sea lo que dice ser: la Iglesia de JesucristoPor decirlo con palabras del evangelio de Juanlo decisivo es «permanecer» en Cristo y «dar fruto» ahora mismo, sin dejarnos coger por la nostalgia del pasado ni por la incertidumbre del futuro. 
No es el instinto de conservación sino el Espíritu de Jesús Resucitado el que ha de guiarnos. No hay excusas para no vivir la fe de manera viva ahora mismo, sin esperar a que las circunstancias cambien. Es necesario reflexionar, buscar nuevos caminos, aprender formas nuevas de anunciar a Cristo, pero todo ello ha de nacer de una santidad nueva.
La parábola de «la higuera estéril», dirigida por Jesús a Israel, se convierte hoy en una clara advertencia para la Iglesia actual. No hay que perderse en lamentaciones estériles. Lo decisivo es enraizar nuestra vida en Cristo y despertar la creatividad y los frutos del Espíritu.
José Antonio Pagola

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