20 febrero 2016

La misa del Domingo

SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA
21 de febrero de 2016
Como todos los años, el evangelio del segundo domingo de Cuaresma nos describe la transfiguración del Señor y, como todos los años, está orientado a preparar nuestros espíritus para una comprensión más profunda del misterio pascual, la presencia ‘nueva’ de Jesús entre nosotros.
Acabamos de escuchar en el evangelio de Lucas cómo Pedro le dice a Jesús: “Maestro, qué hermoso es estar aquí. Haremos tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Y apostilla el evangelista: “No sabía lo que decía”.
Es curioso, hoy Pedro, llevado quizá por la euforia del momento, se nos presenta como “proyectista inmobiliario”, proponiendo levantar tres chozas.
Es curioso ver cómo el hombre se preocupa siempre de construir una casa a Dios quien, por el contrario, ha bajado a la tierra precisamente para habitar en la casa del hombre.
Mucha gente religiosa, cuando quiere honrar a Dios, cuando cree hacerle una cosa grata, no encuentra otra mejor que construirle una iglesia. No se les ocurre pensar que Él desea vivamente instalarse en nuestra casa, en nuestra vida, en el centro de nuestros “quehaceres” cotidianos.

“Dios tiene necesidad de metros cuadrados”, decía, hace años, un anuncio publicitario de una diócesis para la construcción de nuevas iglesias. Es probable que Dios se contente con menos y, al mismo tiempo, pretenda más. El corazón del hombre es el “lugar” preferido por Dios. Y no es cuestión ni de ladrillos ni de metros cuadrados. Es cuestión de eso que llamamos ‘corazón’.
“No había sitio para ellos en la posada” (Lc 2,7). Hay gente que, evidentemente, quizá se siente aún culpable por aquel desaire acontecido en Belén y quisiera remediarlo hoy con bonitos edificios. Pero Jesús, a estas alturas, ya no acepta la posada. La hospitalidad que pretende es la doméstica: ‘nuestro hogar’.
El planteamiento de la choza que quiere Pedro construir, quizás responde al deseo inconsciente de tener a Dios “a distancia”, circunscribir su presencia en lugares y tiempos bien definidos (en la parroquia X el domingo a las 12:00, por ejemplo). Pero él no se presta a nuestro juego. Con la encarnación Dios ha elegido otro “campo de juego”, el de nuestra realidad de todos los días.
Decía un anciano sacerdote: “El misterio más difícil de digerir no es el de la Trinidad -no cuesta nada- sino el de la encarnación. ¿Entiendes?, ¿Quién acepta tener a un Dios siempre entre los pies?…” Probablemente tenía razón. Muchos cristianos prefieren ir a buscar a Dios en “su casa”, mejor que dejarse encontrar por él en el propio y pobre domicilio. Prefieren permanecer de rodillas durante un tiempo, y después una vez de pie, recorrer el propio camino sin el riesgo de encontrárselo al costado a cada momento. Cierto. Un Dios bajo la choza no estorba, no molesta a nadie. Permanecer con Dios en la montaña puede ser hermoso. Lo malo es que él baja enseguida. Nos devuelve al asfalto, al tufo de los tubos de escape, a la multitud que te pisa los pies. Y allí, en mitad de toda aquella confusión, te lanza una propuesta: «aquí, en medio de la multitud, entre la gente, es donde está mi Hijo amado. Escuchadlo».
Pero, ¿dónde y cómo escuchar hoy la Buena Noticia de Jesús? ¿Dónde comprobar la energía salvadora y humanizadora que encierra el proyecto de vida impulsado por Cristo? ¿Dónde encontrarse con la fuerza liberadora del evangelio? Sólo unas iglesias, unas comunidades, que se esfuerzan por ser coherentes con las exigencias del evangelio podrán tener la credibilidad suficiente como para ofrecer a Cristo como «la clave, el centro y el fin de la historia humana».
Sólo unos hombres y mujeres que sepan vivir como «personas nuevas», liberadas de tantas «esclavitudes modernas», con un estilo de vida sencillo, solidario y servicial, animadas por una profunda alegría interior, incansables en su fe en el Padre, pueden hacer creíble hoy el evangelio de Jesucristo.
¡Menuda tarea!
Agustín Fernández, sdb

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja tu comentario