La cuaresma es un tiempo intenso. La liturgia de la Iglesia se esmera en presentarnos textos que deben llevar a una honda reflexión sobre nuestra vida cristiana.
Dios es Dios
Jesús es conducido al desierto «lleno del Espíritu santo», nos dice el pasaje de Lucas insistiendo en uno de sus temas favoritos: la fuerza del Espíritu está con Jesús (Lc 4, 1; cf. Lc 3, 22; 4, 18). El desierto en la Biblia es el lugar clásico del encuentro consigo mismo y en el que somos sometidos a prueba (cf. Dt 8, 1-4). Durante cuarenta años el pueblo judío hizo su camino (en el desierto no hay ruta trazada de antemano) hacia la tierra prometida. Esa marcha le permitió conocer mejor a Dios y tener una conciencia más clara de sí mismo (cf. Dt 8, 4-10).
Simbólicamente Jesús estará también cuarenta días en el desierto antes de comenzar su misión. Allí, hambriento, será tentado para que use su poder a fin de satisfacer sus propias necesidades. Pero según el texto del Deuteronomio, «no sólo de pan vive el hombre sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca de Dios» (8, 3). Todo viene de Dios, y lo que él da es para el servicio de los otros. Se le invitará también a olvidar el sentido del reino del Padre y a ponerse él mismo en primer plano. Pero sólo a Dios hay que adorar. Supera igualmente la tentación de la arrogancia, que le es presentada sutilmente apoyándola en la Escritura. Pero el Dios de Jesús no es el Dios que hace milagros para asombrar y apabullar, sino el Dios del amor y del servicio.
«Sal de tu tierra y de la casa de tu padre» (Gén 12, 1). Rompe con todo lo tuyo, con tu mundo conocido para ir a «la tierra que te mostraré» (v. 1). Es el inicio de la promesa: «Haré de ti un gran pueblo» (v. 2). Esto implica una confianza plena en el Señor, ante su llamada debe ser abandonado cualquier otro tipo de seguridad.
Así lo hizo Abrahán, dejó su terreno, su universo propio y marchó hacia lo desconocido. Lo inspira la fe en el Señor. El texto nos recuerda un aspecto fundamental de esta actitud. No es posible creer en Dios y tomar al mismo tiempo otras seguridades y referencias decisivas. La fe exige una postura radical. Sólo así se está disponible para el servicio a Dios y la solidaridad con el prójimo. Es condición indispensable para comunicar la vida «por medio del evangelio» (2 Tim 1, 10). Aferrarnos a situaciones cómodas y a privilegios sociales o eclesiásticos nos hace instrumentos enmohecidos para transmitir el mensaje de Jesús que se despojó de toda prerrogativa y dio su vida. Acoger el Reino significa creer en el Dios que rechaza toda injusticia y todo despojo del hermano, en particular el más desvalido.
G. Gutiérrez
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