15 enero 2016

Así en Caná de Galilea comenzó sus signos

Señor Jesús, lleno del Espíritu Santo, 
dejaste el Jordán y el grupo de Juan 
para cumplir la misión
que Dios Padre te había encomendado.

Hoy te encuentro en una fiesta, 
una boda, en una bonita celebración 
en el pueblo de Caná,
cerca de Nazaret.
Unos amigos tuyos o unos familiares 
celebran su unión matrimonial
y os han invitado.
Mucha relación tendrían contigo
los novios para invitarte a Ti, 
a María y a todos tus Apóstoles.

En distintas ocasiones los Evangelios 
te presentan sentado en la mesa, 
como uno más, hablando, 
compartiendo con otros la comida, 
gozando de compañía, alimentos y bebida.

Es bonito y grande, Señor Jesús, 
el amor entre las personas.
Es grande el amor matrimonial 
de unos que comienzan
y celebran su nuevo estado de vida.

Gracias, Señor Jesús, 
por todos los matrimonios 
que se quieren.

Pero hoy, quizás, el protagonista
a lo mejor no eres sólo Tú, Señor Jesús, 
sino Tú y tu madre María.

Ella está en la fiesta con otras mujeres: 
sirviendo, fregando, atendiendo
a los hombres.
Por eso se entera de lo que se cuece en la cocina
y se percata de la falta de vino.
Los comensales sedientos
se lo han bebido todo y no les queda nada.
Menudo apuro para los novios
que María comparte contigo para ver si 
puedes echarles una mano.
No fue una sino las dos y mucho más 
la que les ofreciste a aquellos recién casados:
convertiste el agua en vino de calidad.

Fue tu primer signo, tu primer milagro, 
tu primera muestra de la presencia 
del Espíritu en tus quehaceres,
de la fuerza de Dios en tu persona, 
de la compasión de Dios en tu vida.

Y todo por María. Ella fue la intercesora. 
La que posibilitó el milagro.

¿No es así como hacemos nosotros 
con frecuencia acudiendo a María 
para contarle nuestras penas, 
para desahogarnos con ella, 
para que haga de intercesora nuestra 
ante su Hijo Jesucristo?

María, seguro que cada día le estarás 
diciéndole a Jesús,
a más de uno de nosotros:
no tiene trabajo, no tiene salud,
no tiene compañía,
no tiene libertad, no tiene vivienda, 
no tienen amor, no tiene paz,
no tienen hijos, no tiene esperanza, 
no tiene fe, no tiene ….

Continúa María presentándole a tu Hijo nuestras carencias,
no dejes de mirar nuestro mundo 
para presentarle a Jesús
tantas pobrezas
que dificultan la vida de las personas
Sé siempre nuestra intercesora. 
Gracias, María, porque somos
tus hijos e hijas
de quienes siempre te acuerdas.

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