07 noviembre 2014

Hoy es 7 de noviembre, viernes de la XXXI semana de Tiempo Ordinario.

Hoy es 7 de noviembre, viernes de la XXXI semana de Tiempo Ordinario.
Un espacio del día para fijarme en ti, Señor, y en los que contigo van. Para sumarme a ese grupo de los que buscan tu intimidad. Para ser hijo de la luz y vivir desde la audacia del evangelio. Al rezar, voy sintiendo tu presencia y gustando tu palabra.
La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 16, 1-8):
En verdad que el administrador de la parábola, a primera vista, no parece modelo de nada. Y sin embargo, Jesús lo pone como ejemplo, claro que no, por ser un administrador corrupto y derrochador de los bienes de su amo, sino por ser diligente y sagaz, para buscar solución a la situación de desempleo que se le viene encima. Así, apenas se entera que su amo lo va despedir, no pierde ni un minuto, no deja las cosas para mañana, sino que se pone enseguida en movimiento, para, en el poco tiempo de que dispone, asegurarse amigos agradecidos que le puedan ayudar cuando se quede sin trabajo. Efectivamente, fue llamando a los deudores de su amo y, hombre sin escrúpulos como era y para quien sólo contaba el interés material, fue rebajando la cantidad de lo que cada uno debía a su amo. Y dice Jesús: “El amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido.” Porque injusto y sinvergüenza era un rato, pero listo y diligente, también. No se durmió ni dio largas a la decisión.

Esta era la lección que Jesús quería transmitirle a los discípulos. Ellos saben que el Señor ha de venir y ha de pedir a cada uno cuentas de lo que ha hecho; han de ser, pues, diligentes y aceptar el Reino de Dios que está llamando a sus puerta y vivir sus valores, sin dar más largas, pensando que ya lo harán mañana. Si no aprovechan el hoy, pueden pasarlo mal mañana, el día del juicio. Hay que acogerlo, aunque cueste renuncias… Esto nos lo dice también el Señor a nosotros. Cada día el Reino de Dios llama a nuestras puertas, ¿le abrimos prestamente, o damos largas? El evangelio nos lo advierte muchas veces: hemos de aprovechar el “ahora”, el momento presente, para preparar el futuro, abriéndonos a la gracia, respondiendo a las llamadas a la conversión que nos hace el Señor. Nuestro mañana, nuestro final, nos lo jugamos en el aquí y ahora. El criado deshonesto de la parábola aprovechó su “hoy”. Y yo, Señor, ¿estoy aprovechando el mío? Que hoy te abra la puerta y no te dé más largas.
La parábola concluye con el lamento del Señor porque los malos ponen más empeño en conseguir sus objetivos que los buenos para conseguir los suyos: “Los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz…” ¿Nosotros entre quiénes estamos? Para las cosas del mundo, ¡qué empeño ponemos, cuántos sacrificios somos capaces de afrontar! Pero para las del Reino, para asegurarnos el “porvenir decisivo”, todo sacrificio nos parece demasiado. Si, al menos, pusiéramos el mismo empeño como para las cosas del mundo… Hoy el Señor nos invita a ser hijos de la luz, diligentes, sagaces y decididos: sabiendo perder para ganar; sabiendo renunciar a “ganancias” vanas y pasajeras, para obtener en el futuro otras perdurables y más satisfactorias. Señor, despiértame de la modorra de mi vida cristiana. Que aproveche el tiempo y los dones que me concedes. Séneca decía que «la vida a nadie se le da en propiedad, sino a todos en administración». Que yo administre acertadamente lo que me queda de esta vida que me has dado, para asegurarme, Señor, el futuro definitivo, cuando acabe mi peregrinación por este mundo.
En esta narración también se me habla de enfrentar la propia verdad. ¿Qué voy a hacer ahora? Se pregunta el administrador. Se trata de vivir despierto, consciente de mi realidad. Vuelvo a leer la parábola del evangelio de san Lucas.
Me hablas, Señor, con palabras que comprendo, porque quieres enseñarme a mirar y a hacer buen uso de los bienes de la tierra. No quiero escandalizarme hipócritamente, quiero vivir desde el asombro de tu presencia. Quiero escucharte para ser más libre. No me interesa creerme mejor que nadie sino saber de las cosas que me separan de ti y tener deseos de volver al amor.
Dios te salve María,
llena eres de gracia,
el Señor es contigo.
Bendita tú eres,
entre todas las mujeres
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María,
Madre de Dios,
ruega por nosotros pecadores
ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amén.

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