“Te quiero como gata
boca arriba, panza arriba te quiero, maullando a través de tu mirada, de este
amor jaula violento, lleno de zarpazos como una noche de luna y dos gatos
enamorados discutiendo su amor en los tejados, amándose a gritos y llantos, a
maldiciones, lágrimas y sonrisas (de esas que hacen temblar el cuerpo de
alegría).” (Gioconda Belli)
En
todo amor
el
tiempo juega como criba
de
conocimiento y confianza activa,
tamiz
preciso en las corazas del corazón.
Equilibro
entre autoafirmación
y
concesiones varias
por
puro encantamiento cargante que todo lo olvida,
zona
imantada donde sentirnos atraídos.
¡Curiosa
realidad!:
los
“peros” con sus objeciones
dan
paso a las raíces más arraigadas en sus “centros”:
sentido
y motivo de historias compartidas.
Una
pega nos lleva a otra entraña,
cada
respiración al unísono
es
altavoz que nos desnuda y muestra como somos
dando
nombre a todo sin palabras,
deletreando
heridas
que
se curan con caricias,
aceptando
objeciones,
esperando
que alguna cambien por entero
desde
la clarividencia que la convivencia supone,
convirtiendo
cada detalle en momento idóneo.
Las
objeciones no se contraponen
a
los núcleos que nos completan,
refuerzan
el dibujo de las piezas
para
que engarcen en hora o a destiempo.
(Antonio
Martínez. En habitado amor sin remedio)
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