Hoy es 15 de mayo, jueves IV de Pascua.
Se te regala una nueva oportunidad de encuentro con el Señor. Él llega hasta ti, estés donde estés. Te alcanza con su amor y te regala su palabra. Puedes ahora, hacer silencio y disponer tu corazón para acoger la presencia amorosa, que como don gratuito, acontece en tu vida.
La lectura de hoy es del evangelio de Juan (Jn 13, 16-20):
Cuando Jesús acabó de lavar los pies a sus discípulos, les dijo: - Os aseguro, el criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía. Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica. No lo digo por todos vosotros; yo sé bien a quiénes he elegido, pero tiene que cumplirse la Escritura: «El que compartía mi pan me ha traicionado». Os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis que yo soy. Os lo aseguro: el que recibe a mi enviado me recibe a mí; y el que a mí me recibe al que me ha enviado.
Hoy comenzamos a leer y meditar el llamado Discurso de la última cena. Y empezamos meditando las conclusiones del lavatorio de los pies. Antes de cenar, Jesús se había ceñido una toalla y había lavado los pies a sus discípulos. Y cuando acabó, les dijo: “Os aseguro, el criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía. Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica.” Lavar los pies era quehacer de esclavos o de los menos importantes de la casa, cuando el viajero llegaba con los pies sucios y cansados. Realizado por Jesús con los discípulos, ¡qué gesto tan entrañable, fraterno y lleno de simbolismo! Con él, antes de ir a la muerte, Jesús quiere dejar a los suyos una lección viva de cómo deben comportarse los unos con otros. Ellos esperaban que Jesús fuera un Mesías Rey y Juez glorioso. Y Jesús les ha lavado los pies a ellos, es decir, se ha hecho siervo suyo, el menos importante. Y ellos serán dichosos si hacen lo mismo: ponerse los unos al servicio de los otros. ¿Cómo andamos en esto del servicio humilde y fraterno a los demás? ¿Nos hacemos “siervos” de ellos, sus servidores gozosos siempre que lo necesitan? ¿Se está cumpliendo en nosotros la bienaventuranza de Jesús: “dichosos vosotros si lo ponéis en práctica.”?
Esto de servir no suena bien a los oídos de las gentes de hoy. Frente a lo de Jesús -“no he venido a ser servido, sino a servir”- hoy son muchos los que viven como si lo suyo fuera buscar ser servidos. Lo del servicio desinteresado, nacido del amor gratuito, no les entra en la cabeza, y menos, en el corazón. Y lo malo es que muchos que nos decimos cristianos nos contagiamos y sucumbimos fácilmente a la tentación del orgullo y de la ambición de poder, olvidando que somos miembros de la comunidad de Jesús, que es “comunidad de iguales”, de hermanos, y estamos llamados a reflejar el amor gratuito del Padre Dios, haciéndonos servidores los unos de los otros. San Juan Crisóstomo dice: “El que sólo vive para sí y desprecia a los demás, es un ser inútil, no es hombre, no pertenece a nuestro linaje” (Homilía sobre san. Mateo, 77, 6). ¿De qué linaje somos nosotros? ¿Somos del “linaje de Cristo”, o estamos entre los seres “inútiles”, de los que habla san Juan Crisóstomo?
Cada vez que celebramos la eucaristía, ponemos en práctica lo que Jesús dijo a los suyos en la última cena: Haced esto en memoria mía (Lc 22, 19). Y lo hacemos con gozo y alegría, porque sabemos que en la eucaristía Jesús renueva su entrega en la cruz por la salvación de los hombres y, hecho Pan y Vino, se nos da para unirnos a él. ¡Qué bueno y provechoso sería que, en cada eucaristía, recordáramos lo que también dijo el Señor en la misma ocasión, después de lavar los pies a los discípulos: Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis (Jn 13, 15). Si así fuera, saldríamos de la eucaristía más animados a hacer lo mismo que él: ponernos a los pies de nuestros hermanos los hombres para servirles, y nunca pensaríamos que algún trabajo no es digno de nosotros.Acoge de nuevo la palabra proclamada. Hazlo en comunión con tantos hermanos y hermanas que a lo largo del mundo harán de ella hoy su alimento. Hazlo con reverencia, pues acoges al mismo Jesús, palabra encarnada, camino, verdad y vida.
Concédeme la gracia de permanecer en ti, Señor. Que mi rostro pueda hablar de amor, de amistad, de perdón. Que mis manos puedan tejer el reino en lo pequeño y cotidiano. Y que mis obras hablen a otros de ti. Gracias por ser camino hacia la vida en abundancia. Amén.
Tomad, Señor y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento, y toda mi voluntad. Todo mi haber y poseer. Vos me lo disteis, a vos, Señor, lo torno. Todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad. Dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta.
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