C.R.
Queridos amigos:
Hoy la liturgia nos presenta a un santo de “a pie”; una vida humilde y sencilla que pone la santidad al alcance de todos. Una vida oculta con Cristo en Dios que arrastra a quien sabe mirarla.
¡Qué bien entendió Isidro estas palabras de Jesús: “No es el siervo más que su amo. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán”! Durante su vida se vio a menudo rodeado de críticas y calumnias que él, con serena fortaleza, convertía en plegaria y en un mayor sentido de responsabilidad y fidelidad al amo de las tierras que cultivaba.
Y, a fuerza de amar y de perdonar, su corazón se convirtió en un fino sensor del Espíritu de Dios, tanto que hacía de toda su vida una continua alabanza de la Gloria del Padre. No hizo nada extraordinario, fue sencilla y llanamente, un humildísimo labriego, que realizó con extrema fidelidad cuanto tenía que hacer.
¿Dónde radica su grandeza y el secreto de que después de tantos siglos, aún siga siendo un modelo válido para todos los cristianos? La respuesta la sabemos: con una fe sin alharacas, fue capaz de esconderse con Cristo en Dios. Dios era todo en su vida, lo llenaba todo… Isidro oraba mientras hundía el arado en la madre tierra, rezaba su tarea y labrando la tierra se encendía en amor y así consiguió hace algo que hoy necesitamos más que nunca: “… que el trabajo de cada día, humanice nuestro mundo” ¡Cuánto lo necesitamos!
¿El trabajo al que dedicamos tantas horas de nuestra vida nos humaniza y humaniza realmente el pequeño mundo en el que nos movemos?
Toda la historia tiende hacia la Resurrección aún cuando sus protagonistas no lo sepan o no acierten a formularlo. La historia del hombre, de todo hombre o mujer, es la historia de una tensión hacia Dios, aún cuando muchas veces se tienda hacia los ídolos.
En ti amanece Dios
y viene a revelarte
que el oscuro misterio de la noche
se hace luz familiar en tus pupilas.
Este mundo cuajado de hermosura,
es su aliento, su brillo y su mirada,
donde puedes perderte y anegarte,
mecido por un mar de transparencias.
(Miguel Combarros. Oficio de la Luz)
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