Hoy es lunes, 13 de enero.
Es el momento de mi encuentro diario contigo, Señor, que ves en lo escondido del corazón. Para ello me preparo por dentro y por fuera. Busco el silencio. Adopto una postura cómoda. Echo el freno a las preocupaciones y las prisas de la agenda y de la vida. Ahora te regalo toda mi atención y abro mi ser a tu presencia fiel y siempre sorprendente.
La lectura de hoy es del evangelio de Marcos (Mc 1, 14-20):
Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios.
Decía: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.»
Pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago.
Jesús les dijo: «Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.»
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con él.
Jesús invita a la conversión. Una palabra que se identifica enseguida con algo costoso y poco agradable. Con una vida llena de sacrificios y renuncias. Nada más lejos, convertirse es cambiar el corazón. Jesús lo que quiere es liberar nuestra vida. Que revisemos y reajustemos nuestra manera de pensar y de actuar. Fíjate en cómo su llamada a los discípulos es, en realidad, una invitación al encuentro, a la amistad, tan fuerte que lo deja todo y se van con él.
Jesús llama, sale al encuentro. Se fija en un grupo de pescadores y les llama en sus raíces, en su servicio, en sus quehaceres diarios. La invitación no es a cambiar simplemente de tarea, sino a transformarla. Piensa en tu día a día y en tu rutina. Deja que te mire Jesús y que te muestre cómo la realidad, mirada bajo un nuevo prisma, puede ser maravillosa.
La pasión que animó a Jesús fue el reino. Un tiempo nuevo en el que Dios no nos deja solos frente a nuestros problemas y desafíos. Jesús anunciaba que Dios se está introduciendo en nuestra historia y quiere hacerse un sitio para construir una sociedad más humana y llena de sentido. Esa fue su pasión. ¿Y la tuya, cuál es?
Vuelvo a leer el fragmento del evangelio y dejo que siga resonando en mí la llamada de Jesús es única, personal, gratuita, seductora. Una llamada que fascina y nos impone. Esta vez me coloco en la barca. Yo soy uno de esos pescadores y es mi nombre el que pronuncia y me invita a compartir su pasión, su misión y su camino.
Termino, Señor Jesús, con el deseo de seguir orientando mi vida hacia ti. Quedan en mí tantos ecos de tu voz. En silencio dejo que resuenen tus palabras sobre mí.
Gloria al Padre,
y al Hijo,
y al Espíritu Santo.
Como era en el principio,
ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
y al Hijo,
y al Espíritu Santo.
Como era en el principio,
ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
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