14 enero 2014

Comentario al evangelio de hoy


La página del primer libro de Samuel que hoy nos ofrece la liturgia permite una lectura vocacional. En ella podemos se nos muestra cómo nace una vocación profética.

El “misterio” de la vocación: La madre de Samuel era estéril. Anhelaba un hijo que no llegaba. Esto era para ella causa de una insufrible humillación y de una depresión aguda. Su amargura y sus lágrimas desesperadas declaran lo profundo de su dolor. Se sentía maldita. Sin embargo, la estéril será madre. Su esterilidad le hará descubrir la acción insustituible de Dios en la vida que va a nacer de su seno. El ser humano no puede nada por sí mismo. Todo es don gratuito. La vocación que nace, como la vida misma, es fruto de la intervención misteriosa de Dios.

La oración pro-vocacional. Ana sube al templo a pedir. La suya es una oración netamente vocacional. Esta mujer expresa la «gramática elemental» del sentido de la vida. Todo es un don recibido de Dios que, por su misma naturaleza, debe ser entregado. Ana pide a Dios un hijo, inmerecido absolutamente, y entiende que, por su parte, no puede sino devolvérselo a Él. Nuestra oración vocacional está bien hecha, como la de Ana, si tiene energía para trasladarnos de la “gratitud” a la “entrega”. Ese salto es la quintaesencia de toda vocación.

La mediación vocacional. Mientras Ana oraba, fue observada por el sacerdote Elí. Era un buen observador –reconoció en Ana algo anormal-, pero mal intérprete- se equivocó en su diagnóstico: Creyó que Ana estaba borracha. Las mediaciones –todas ellas- no son Dios.

Se equivocan. Pero son imprescindibles. Ana no  cortó el diálogo sino que fue más allá de su contrariedad y le expuso lo que le hacía sufrir tan cruelmente. Fue entonces cuando Elí la consoló con la paz (“vete en paz”) y con la esperanza (“Dios te conceda lo que le has pedido”). Había entendido y la supo guiar.

La transformación. Tras acoger las palabras de Elí, la madre de Samuel se marchó por su camino. Ana ya había comprendido que los planes de Dios pasan por el misterio. Por eso “ya no parecía la misma”. Estaba preparada para concebir y ser agente de transmisión de vida y de vocación. Vivió su maternidad reconociendo que todo lo que se es y se tiene es don. Se le había desvelado el Rostro siempre misterioso de quien gobierna la vida y la historia sin permitir que nada se pierda.

La moraleja es clara. La resumo en cuatro puntos dirigidos a quien lea estas notas:

1) Interpreta bien la esterilidad vocacional. No toda penuria de vocaciones es una maldición.

2) Pide a Dios poder dar vida. Pide hijos y prométele devolvérselos a Él. Son suyos; no vienen para satisfacer tus miras.

3) No necesitas ser mediador perfecto. Basta con que observes y sepas escuchar.

4) Sigue tu camino. Anda y aliméntate. Eso te hará fecundo.

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