Por José María Maruri, SJ
1.- Este es un sucedido en el examen de ingreso en la Universidad de Madrid en junio de 1941. (Ya ha llovido, ¡eh!) Sentados en una inmensa aula comenzamos a desentrañar un larguísimo problema. Allá en el fondo de una pizarra se veía un número: uno, uno, cuatro, cinco. Sonó el timbre, fuimos entregando el examen con la cabeza baja seguros del suspenso. Sólo uno de mis compañeros salió eufórico porque había conseguido igualar el resultado del problema con aquel uno, uno, cuatro, cinco de la pizarra, que por otra parte no era más que las once cuarenta y cinco, hora final del examen. Su euforia se convirtió en rabia, pero ya no tenía remedio. Todo el examen persiguiendo una solución que no lo era.
2.- Esta es la enseñanza de la parábola de hoy. No es un documento gráfico del infierno. Ni nos dice, aunque lo parezca, que al final se dará la vuelta a la tortilla y los pobres irán al cielo y los ricos al infierno. Hay una hora señalada para el final del examen, que el examen es irrepetible, que el examen del mañana se realiza hoy.
3.- El rico de la parábola se ha identificado tanto con sus banquetes, que no tiene nombre y habría que llamarle por su principal ocupación: don Banquete, o, aun mejor, don Morcilla. Tremendo que una persona viva tan embebida con algo, tan olvidado de todo y todos, que se convierta en logotipo de su profesión, que pensar en él, nos traiga a la imaginación trampantojos y zancadilla, cuentas de banco, juego a la bolsa, aplausos de multitudes histéricas. A nadie le interesa quien es, sus problemas, sus enfermedades, se llega a perder la noción de que nació de un padre y una madre, tuvo hermanos. Se le deja solo en la soledad que él mismo se ha metido, absorbido por el placer, el dinero, el deseo de poder
Se ha dicho de Marilyn Monroe que se suicidó porque su fama de símbolo sexy impidió que nadie la considerara como ella misma, como un ser humano, con sus silencios, su deseo de paz y cariño. Fue un símbolo estalló como un símbolo.
4.- Esta es la tremenda tragedia de nuestro don Morcilla de la parábola. El beber y el comer han cerrado sus ojos, tanto que ni siquiera a Lázaro, que tiene a la puerta, ve. Ven mejor sus perros. Tampoco ve a sus hermanos que banquetean con él. Mucho menos a Abrahán, ni a Dios.
Toda su preocupación es ese número de la pizarra que cree ser el número de platos que ha comido, el número de una cuenta corriente, el número de votos conseguidos y ese número no es más que entregar el examen y ya es tarde. Toda una vida afanados por buscar una solución falsa, un número engañoso, toda una vida perdida…
Al otro lado del abismo es tarde para darse cuenta de que necesitó de Lázaro, de Abrahán, de Dios, tarde para ocuparse de unos hermanos que banquetearon con él, que se sentaron en los mismos consejos de administración y, tal vez, tomaron medidas tremendas para los demás.
Si en vida ni los hombres, sus hermanos, ni dios y su Palabra, pudieron abrir los ojos cegados por los banquetes, el dinero, el poder, tampoco un muerto resucitado servirá para nada. Y es tarde… el examen ha terminado.
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