20 septiembre 2022

Reflexión domingo 25 septiembre: EL MÁS IMPORTANTE AVISO

 EL MÁS IMPORTANTE AVISO

Por Antonio García Moreno

1.- "Esto dice el Señor Todopoderoso: ¡Ay de los que se fían de Sión, confían en el monte de Samaría!..." (Am 6, 1) La palabra de Amós sigue sonando con rabia. Son acentos duros, acentos que queman, que escuecen, que hieren en lo más vivo. Hoy su protesta es contra los que confiaban en Dios, pensando tenerlo propicio por el sólo hecho de que su templo estuviera sobre el monte Sión en Jerusalén, o sobre el monte Garizim, en Samaría. Se fiaban de sus prácticas religiosas, creyendo que dando culto a Dios ya se podía faltar, impunemente, a los más sagrados deberes de justicia y de caridad.

Son situaciones que no han pasado, situaciones que todavía se dan. Sí, hay quienes piensan que con asistir a Misa, con comulgar de cuando en cuando, con rezar determinadas oraciones o dar algunas limosnas, ya está todo arreglado. Y viven completamente al margen de lo que es el camino señalado por Dios, seguros de que al final todo se solucionará, de que habrá tiempo de arrepentirse. Y mientras llega ese momento, tan lejano al parecer, viven como paganos, sin pensar más que en sí mismos.

"Os acostáis en lechos de marfil, tumbados en camas; coméis los carneros del rebaño y las terneras del establo..." (Am 6, 4) Amós era un hombre de campo, rudo y recio, acostumbrado a las inclemencias del tiempo, curtido por el viento y el sol del desierto. Por eso tenía una sensibilidad especial para reaccionar contra toda aquella molicie que contemplaban sus ojos. Y se querella contra esa vida fácil y comodona de sus coetáneos, les echa en cara su culto al confort, su vida aburguesada y muelle.

Son hombres que no luchan, que no se esfuerzan, que no son capaces de enfrentarse con la dificultad, que la soslayan, escogiendo el camino más ancho... El confort excesivo destruye al hombre, le corrompe, le pudre. El que no está habituado al sacrificio acaba convirtiéndose en un hombre inútil, débil, un ser derrotado antes de la lucha. Si no hay esfuerzo, no hay fortaleza. Y sin fortaleza el hombre no puede realizarse, salvarse a sí mismo. El que no pone empeño en la vida, acabará prematuramente sumergido en la muerte.

2.- "Él hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos... “(Sal 145, 7) En contraste con los poderosos de la tierra, se nos presenta a Dios que se compadece de los débiles y de los oprimidos, dándoles pan y también la libertad. Es cierto que esos dones tienen unas característica peculiares. Y así, en el caso de la justicia, se trata de una realidad que alcanzará su plenitud después de la muerte con una duración eterna. En cuanto al pan de que se habla, hay que decir que se trata sobre todo de un pan que sacia el hambre del alma.

Respecto de la libertad es preciso saber que es distinta de esa libertad, en realidad libertinaje, que consiste sólo en hacer en cada momento lo que a uno le apetece, sin pensar en las consecuencias. Así se suele entender por la mayoría de los hombres. En cambio, la libertad que da Dios es mucho más rica y útil. La otra está muchas veces podrida e impulsa al hombre a hacer el mal para su propia perdición. Es una libertad que en realidad está encadenada al capricho del hombre, una libertad aherrojada a las pasiones y volubles deseos del hombre. La libertad de Dios, en cambio, es la que surge del más apasionado y limpio amor, aquella que hace en cada momento lo mejor y lo hace porque le da la gana, actuando siempre con rectitud y gustosamente.

"El Señor abre los ojos al ciego..." (Sal 147, 8) Ábrenos los ojos, Señor. Estamos muchas veces cegados por los mil espejuelos que relumbran sin cesar a nuestro alrededor. Nos creemos libres y somos esclavos de nosotros mismos. Nos parece que hemos conquistado la libertad, y en el fondo lo que ocurre es que se han desatado las fuerzas del mal y cada uno campa por sus respetos, imponiéndose la ley del más fuerte o del más audaz.

Necesitamos la luz de Dios, el buen sentido de la razón, para conocer lo que nos conviene y lo que nos perjudica. Es preciso también que tengamos fortaleza para seguir los dictámenes del buen juicio, y desechar con energía y decisión cuanto se oponga a nuestro bien y al de los demás. Todo eso será posible si nos apoyamos en el Señor, si recurrimos a Él en los momentos de dificultad. Si aceptamos libremente los mandamientos de la Ley de Dios todo irá bien, seremos realmente libres. Entonces lo que en apariencia es una rémora para volar, será, por el contrario, el apoyo y la fuerza, las alas para el más alto y libre vuelo.

3.- "Practica la justicia, la religión, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza..." (1 Tm 6, 11) La primera palabra de esta segunda lectura de hoy es ya de por sí todo un programa de vida. Practica la justicia, dice san Pablo, es decir cumple tu deber, ponlo por obra, haz lo que tienes que hacer. Cuántas veces nos quedamos en las palabras, cuántas veces todo se reduce a promesas, a bellos proyectos, elucubraciones más o menos utópicas, a fantasías carentes de toda realidad posible, a sueños juveniles. Hablamos y ya está. Sólo eso, decir esto, proponer aquello. Sin acabar de dar el paso hacia lo real... Cuánto se parlotea, por ejemplo, sobre la justicia. Es como el tema de moda que sirve de estribillo a mucha gente. Que si los sueldos son en su mayoría sueldos de hambre, que si los patronos no cumplen con sus deberes, que si los trabajadores no rinden lo que deben, que si no hay derecho a que unos ganen tanto y otros tan poco, que si no es justo que algunos tengan tales o cuales privilegios, que si se considera una limosna lo que en realidad habría que darlo en justicia, etc.

Si todas esas palabras no se hubieran pronunciado, y en lugar de hablar se hubiera pasado a la práctica, seguro que el problema ya estaría solucionado. Si sólo la mitad de los que hablan de justicia dieran la cuarta parte de lo que tienen, me atrevo a decir que no habría ni una décima parte de la injusticia que existe. Pero claro, es más cómodo decir "justicia, justicia, pero no por mi casa". Vamos, pues, a callar y a ser generosos y justos de una vez.

"Combate el buen combate de la fe" (1 Tm 6, 12) Por otro lado, tengamos en cuenta que además de las justicia hay otras virtudes, pues ocurre que por querer tener bien echados los cimientos, resulta que no acabamos de pasar a las paredes. No olvidemos que el edificio sólo puede llamarse tal cuando, al menos, se cubren aguas. Y pensemos también que, para que esté habitable, han de rematarse muchos detalles. Comparar la vida espiritual con un edificio es una metáfora ya muy antigua, pero no por pierde vigencia. Examinemos, pues, cómo está el edificio del alma.

Volviendo a la justicia, no olvidemos, que además de justos para con los otros, hay que serlo también y ante todo con el Señor. Con este Dios nuestro que está tan cerca de nosotros y que habitualmente solemos ignorar. Es muy importante la virtud de la religión, esa que procura dar a Dios el culto y la dedicación que Él se merece, la gratitud continua a sus beneficios, la correspondencia a su infinito amor.

4.- "Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal…“ (Lc 16, 20) Jesús hablaba con plena franqueza, decía con libertad lo que tenía que decir, tanto a los de arriba como a los de abajo, tanto a los ricos como a los pobres. Tocaba, además, todos los temas. En muchas ocasiones sus palabras aquietan el alma, en otras inquietan al hombre. Habla de premio pero también de castigo. Nos refiere cuán grande es el amor y la misericordia del Padre, pero nos advierte también cuán terrible es su ira y su eterno castigo. Él nos quiere transmitir la verdad, pero toda la verdad, esa que nos libera y nos redime, si la aceptamos con el entendimiento y la acatamos con la voluntad, luchando para que toda nuestra vida se acople a las enseñanzas del Evangelio.

Hoy nos habla el Señor de aquel ricachón que se daba la gran vida, sin reparar siquiera en el pobre Lázaro que mendigaba a la puerta de su casa, ávido de recibir unas migajas de las muchas que se caían de la mesa del rico epulón. Sólo los perros se le acercaban para lamerle las llagas. El hombre rico estaba tan abismado en sus negocios y en sus francachelas que no veía, porque no quería ver, la miseria que rodeaba su grandeza.

Pero la muerte iguala al poderoso y al débil. Ambos murieron y ambos fueron enterrados. El uno con gran pompa y festejos, el otro de modo sencillo. Uno fue a reposar en un gran nicho de mármol, el otro en la blanda tierra. Sin embargo, tanto uno como otro fueron pasto de los gusanos y la podredumbre. Sus cuerpos, que sin nada llegaron a la tierra, despojados de todo volvieron a ella. Pero ahí no terminaba su historia, pues, digan lo que digan, en el hombre hay un algo distinto de los animales, y ese algo se llama alma inmortal.

El tribunal de Dios no admite componendas, no hace distinciones entre el rico y el pobre. Sólo mira en el libro de la vida donde se hallan escritas las buenas y las malas acciones. Según sea el balance, así es la sentencia. Aquel que, en su abundancia, se olvidó de la necesidad ajena, fue arrojado al infierno. En cambio, el que nada tuvo y aceptó con humildad su pobreza, fue llevado por los Ángeles al descanso y la paz. Es verdad que no podemos hacernos una idea clara del infierno, ni tampoco del cielo. Pero lo cierto es que ambas realidades existen y que en una se sufre lo indecible y sin remedio, mientras que en la otra realidad se goza plenamente y sin fin.

Casi siempre se habla del fuego, también del llanto y las tinieblas, de la desesperación que hace rechinar los dientes, de la sed insaciable, de la separación insalvable, de la imposibilidad de amar y de ser amado. Es la más terrible amenaza, el último y tremendo recurso que el Amor, sí el Amor, tiene para atraernos y salvarnos. Es verdad que la lejanía de ese castigo, aunque quizá sea mañana, nos puede dejar indiferentes. Peor para nosotros. Luego no diremos que nadie nos avisó.

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