Javier Leoz
1.- Llegamos al final del año litúrgico: ¡Cuántas vivencias, interna y externamente, hemos compartido o incentivado en nuestra comunidad! (Eclesial, Diocesana, Parroquial, Comunitaria, etc.). ¿Qué quedará al final de todo esto? Nos podríamos interpelar en esta celebración. Ni más ni menos lo que, al prensar el evangelio de hoy, brota con un lenguaje apocalíptico: veremos al Hijo del hombre. Desde el mismo día de nuestro Bautismo, Jesús, nos invitó a seguirle con una visión de un futuro totalmente distinto al que vivimos.
2.- Los cristianos, bien lo sabemos, no caminamos por la vida de espaldas a lo que acontece en ella pero, sabemos, que el Señor vendrá. Y, precisamente esa venida, nos carga de esperanza y de ilusión para seguir apostando y creyendo en Jesús de Nazaret. ¡Demos gracias a Dios! Durante todo este año litúrgico hemos sido guiados, hacia el Padre, de la mano de San Marcos. Con él hemos aprendido a estar con los pies en la tierra pero sin olvidar los horizontes que nos aguarda en el cielo. Mirando al futuro que nos aguarda es cuando, como cristianos, trabajamos con vigor y con pasión por la transformación de la realidad que nos rodea. ¿Qué existen las dificultades? ¿Qué construcción no conlleva un riesgo, un vértigo, una aventura o un temor? La fe, aún con el lenguaje que hoy nos puede resultar amenazador, es por el contrario alentador, esperanzador y nos empuja a seguir hacia delante: ¡un final, una victoria y una recompensa nos aguarda! ¡Cristo Jesús!
3.- Qué grande es pensar que todos los esfuerzos pastorales (de sacerdotes, catequistas, grupos, niños, jóvenes&hellip lejos de estar emplazados al fracaso, tendrán su colofón y su broche de oro cuando Dios lo estime oportuno. Una vez más, se cumple aquello: ¡Sembremos! ¡Dios ya cosechará cuando quiera! En este caminar, no estamos solos. Avanzamos guiados por la Palabra de Dios. Fortalecidos por la Eucaristía. Impresionados cuando, de lleno, nos ponemos frente a Dios por la oración. Animados al saber que, cientos de miles de hermanos nuestros, creen, celebran, expresan y viven lo mismo que nosotros estamos creyendo, celebrando, expresando y viviendo en esta Eucaristía: la fe en Jesús muerto y resucitado. Eso sí, mientras nos encaminamos a ese momento, que Jesús nos indica en el Evangelio, lo último que podemos hacer es aguardar pasivamente y cómodamente sentados en la tierra. Un cristiano, y nosotros lo somos, hemos de vivir como nómadas. Haciendo del mundo que nos rodea una tienda más confortable, más habitable donde, además de Dios, puedan incorporarse –en nuestros esquemas, planteamientos, corazón, alma y vida- aquellas personas que, con un pequeño empujón, también podrían otear, vivir y preparar ese horizonte del que nosotros somos sabedores. No nos quedemos fuera de todo este seductor proyecto que Jesús ha puesto en nuestras manos. Aprovechemos la oportunidad que Dios nos da de ser sus colaboradores para llevar a feliz realidad, junto con Jesús, esa sociedad que vive como si Dios no existiera y que ya no sabe sino desesperar de sí misma.
AYÚDAME, A VER El futuro, desde el presente Tu venida, en tus innumerables llegadas Tu presencia, en los pequeños detalles Tu Reino, en los acontecimientos buenos de cada jornada
AYÚDAME, A VER El cielo, avanzándolo en la tierra El éxito, aunque aparentemente fracase El mañana, con la siembra de mi hoy
AYUDAME, A VER Con optimismo, los avatares tristes del momento Con esperanza, las dificultades que me rodean Con fe, lo que mis ojos se resisten a reconocer Con claridad, lo que se esconde a mi razón
AYÚDAME, A VER La perfección futura, superándome cada día Tu venida gloriosa, en infinidad de aterrizajes que Tú haces El día del mañana, guiado por tu compañía La Patria del Cielo, sin olvidar que vivo en la tierra
AYÚDAME, A VER Con interés, lo que acontece en este mundo Con compromiso, las actuaciones que requieren mi ayuda Con paz, los instantes de prueba o de cruz
AYÚDAME, SEÑOR: A colaborar contigo, para que hoy y aquí, pueda preparar una buena pista de aterrizaje para el día en que te decidas a venir. Amén.
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