CUIDAR EL AMOR
1.- Una sola carne. Las lecturas de hoy nos hablan del amor en el matrimonio. El amor humano ha sido bendecido por Dios. Dios eleva este amor a un nivel verdaderamente divino. A partir de este momento Dios ama a cada uno de los esposos a través del amor del otro, y cada uno ama a Dios amando al otro. – La unión del hombre y la mujer ha sido bendecida y santificada por Dios. Uno, en su sano juicio, no suele provocar daño a su propio cuerpo. En el matrimonio, tanto el hombre como la mujer "son una sola carne" y, por tanto, busca siempre el uno la felicidad del otro. Ya no se preguntará si "yo soy feliz", sino si "estoy haciendo feliz al otro". Porque en la medida en que el esposo haga feliz a su mujer, será también él feliz y viceversa.
2.- ¿Qué calidades tiene este amor? Es un amor que toma la iniciativa. No espera que el otro dé el primer paso. Se lanza el primero. Además es comprensivo, disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites. Sabe perdonar porque no busca el propio interés, sino el del otro. Es capaz de decir “¡Perdóname!” y “Te perdono, porque te quiero”. Un amor personal que lleva a aceptar al otro como es, sin pretender cambiarlo, ni dominarlo, ni anularlo. Quiere la realización del otro sin esclavitudes. Es como tener al ser querido en un pedestal, buscando en todo momento su bien. Un amor total que pone en juego todo lo que somos. El amor se dirige a toda la persona, no sólo al cuerpo, de tal manera que la misma relación sexual se convierte en la forma privilegiada de amor y entrega al otro. La persona es corazón: amar es darse. Cada uno se ofrece al otro todo su cariño para hacer feliz al otro. La persona es libertad: los novios se dan un sí que compromete toda vuestra vida. Es como decirse: “Mi vida eres tú”, o “sin ti no soy nada”.
3.- Un amor fecundo y fiel. Necesita salir de sí mismo. Dar vida: los hijos, fruto del amor. Pero debe ser fecundo para los demás. No se trata solamente de mirarse el uno al otro, sino también de mirar juntos a los demás, para que el amor sea también bendición para otros muchos. Juntos pueden cambiar el mundo. Las personas que les quieren os siguen necesitando: familia, amigos, compañeros. Los esposos se comprometen a vivir siempre juntos. Pero hay que saber priorizar en la vida: el amor es lo más importante, es un tesoro. Tiene que crecer y que hay que cuidar No podemos ser ingenuos y pensar que crece sólo. Hay que cuidarlo cada día con: los pequeños detalles de cada día. El diálogo para mantener la confianza mutua y la comunicación. El dedicarse tiempo el uno al otro. Hay que evitar todo aquello que pone en peligro al amor y favorecer lo que le hace crecer. El Francisco ha destacado tres palabras claves: “¿puedo?”, “perdón”, “gracias”. No existe el matrimonio perfecto, ni los padres perfectos, ni los hijos perfectos.
4.- Iglesia acogedora. El proyecto de amor según Dios exige permanencia y tiene ansias de plenitud y para siempre, "hasta que la muerte nos separe". Es bonito pensar que “Dios ha soñado juntos a los esposos”. Pero la realidad es que este ideal no se puede vivir por diversas razones. En este caso la Iglesia debe ser acogedora. Así lo manifestó el Papa Juan Pablo II en el III Encuentro Mundial de las Familias: "Ante tantas familias rotas, la Iglesia no se siente llamada a expresar un juicio severo e indiferente, sino más bien a iluminar los diversos dramas humanos a la luz de la Palabra de Dios, acompañada del testimonio de su misericordia”. El Papa Francisco en la Audiencia del 6 de agosto abogó por "manifestar la disponibilidad” hacia ellos. Se dijo consciente de que "tal situación contradice el sacramento cristiano", pero apeló a que la Iglesia actúe como una "madre que busca el bien" y lo haga sin excluir a nadie, en un mensaje lanzado de cara al Sínodo de la Familia, que comenzará a principios de octubre. De hecho, subrayó el Papa, estas personas no están en absoluto excomulgadas, y no deben ser tratadas como tales: ellas son siempre parte de la Iglesia. De ahí la invitación de Francisco a los Pastores a manifestar abiertamente la disponibilidad a acogerlos y a alentarlos para que vivan y desarrollen siempre más su pertenencia a Cristo y a la Iglesia a través de la oración, la educación cristiana de los hijos y el compromiso por la justicia y la paz.
José María Martín Sánchez
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