Hoy es 11 de agosto, domingo de la XIX semana de Tiempo Ordinario.
En medio de los ajetreos de la vida, es bueno detenerse para hacer silencio, para ir a lo más hondo de nosotros mismos. Abrirnos a Dios y descubrir en él una fuente de vida nueva. En cada rato de oración va creciendo la semilla de eternidad que hay en ti y en todos.
La lectura de hoy es del evangelio de Juan (Jn 6, 41-51):
En aquel tiempo, los judíos criticaban a Jesús porque había dicho: «Yo soy el pan bajado del cielo», y decían: «¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?»
Jesús tomó la palabra y les dijo: «No critiquéis. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: «Serán todos discípulos de Dios.»
Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ése ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»
Lo más atractivo de Jesús, es su capacidad de dar vida. Él es el pan bajado del cielo. En Jesús podemos encontrar un alimento distinto, una fuerza distinta, una luz diferente. ¿Qué ámbitos de tu vida necesitan de esa esperanza y de ese alimento que vienen de Dios?
Jesús habla de resurrección y de vida eterna. Es un Dios de vivos, de vida buena, abundante, plena. Se trata de Vida con mayúsculas. Porque no es la nuestra, sino la de Dios. No es sólo futuro, es también presente. ¿Eres consciente de que Dios, aquí, ahora mismo, está comunicándote su propia vida?
El pan que yo daré, dice Jesús, es mi carne para la vida del mundo. Dios se hace carne en nuestro mundo. Habita en nuestra fragilidad, nuestra debilidad, nuestra pobreza. En este momento, trae ese mundo a tu oración, sus heridas, su dolor, su enfermedad. Las más cercanas y también las más lejanas.
El que cree en Jesús y sabe entrar en contacto con él, conoce una vida diferente, de una calidad nueva. Una vida, que de alguna forma, está ya habitada por Dios. Al leer de nuevo el evangelio, deja que su fuerza te alimente. Sea estímulo para mirar hacia delante. Para vivir desde lo profundo e ir más lejos de lo establecido.
El banquete
La mesa está llena.
Se sirven manjares exquisitos:
la paz, el pan,
la palabra
de amor
de acogida
de justicia
de perdón
Nadie queda fuera,
que si no la fiesta no sería tal.
Los comensales disfrutan
del momento,
y al dedicarse tiempo
unos a otros,
se reconocen,
por vez primera, hermanos.
La alegría se canta,
los ojos se encuentran,
las barreras bajan,
las manos se estrechan,
la fe se celebra…
…y un Dios se desvive
al poner la mesa.
José María Rodríguez Olaizola, sj
Jesús se presenta como el pan bajado del cielo. El Dios que quiere ser fuerza y alimento para el camino. Habla con él, escúchale. Recibe su impuso y su aliento.
Que esta oración te pueda acompañar a lo largo de la semana, repitiendo en tu interior, una y otra vez, ese anhelo. Alimenta, Señor, mi espíritu… alimenta, Señor, mi espíritu…
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario