24 julio 2024

Comentario al Domingo XVII de Tiempo Ordinario

 San Juan habla de los signos de Jesús como acciones que suscitaban la fe en él o contribuían a su seguimiento. Lo seguía mucha gente –precisa el evangelista- porque habían visto los signos que hacía con los enfermos. ¿Qué signos era esos? Las numerosas y extraordinarias curaciones con que obsequiaba a tantas personas. También en la extraordinaria comida con que Jesús había saciado el hambre de tantos con apenas cinco panes de cebada y un par de peces, vio la gente un signo que le acreditaba como profeta: el profeta que tenía que venir al mundo, por supuesto, de parte de Dios.

Sucede que ya otros profetas habían hecho cosas similares. Es el caso de Eliseo, discípulo y continuador del gran Elías, el profeta por excelencia. Según el libro de los Reyes, Eliseo manda a su criado dar de comer a la gente congregada en torno a ellos con los panes que llevaba en la alforja. Eran panes para su maestro y para él. El criado advierte la desproporción existente entre el comestible y los comensales: ¿Qué hago yo con esto para tanta gente? Y el profeta insiste: DáselosPorque esto dice el Señor: comerán y sobrará. Fiado en la palabra del Señor, le dice: DáselosPorque comerán y sobrará. Para que esto suceda, Dios tiene que multiplicar el pan, como multiplica la siembra en la cosecha, el oxígeno en la atmósfera o el agua en los pantanos.

Narraciones como la de Eliseo explican que la gente viera en aquella acción de Jesús un signo profético, ya prefigurado (o preanunciado) en los hechos de los profetas. Pero ¿de qué era signo esta extraordinaria multiplicación de panes y peces?

En primer lugar, de que el hombre que así obraba, es decir, que era capaz de alimentar a tanta gente con tan escasos recursos, era el profeta anunciado, el que había de venir de parte de Dios en los tiempos mesiánicos o, como dice san Pablo, en la plenitud de los tiempos: signo, por tanto, que le acreditaba como enviado de Dios, el Dios de la Alianza, para llevar a cabo sus designios. Y el que venía de parte de Dios no podía obrar sino con su consentimiento, con su poder y con su bondad. En el actuar de Jesús estaban presentes el poder y la bondad del mismo Dios. Por eso, vislumbrando esto, quieren proclamarlo rey, su rey. Pero Jesús entiende que éste no es el camino a seguir.

En el obrar de Jesús encontramos una de las claves de la donación cristiana, siempre ligada al poder y a la misericordia de Dios; pues la donación es la esencia de ese Dios que es amor. Lo propio de Dios es dar, o mejor, darse a sí mismo. Por ser donación de sí, Dios Padre puede darse a sí mismo en su Hijo, fuera de sí, en el mundo, en la historia, a los hombres: Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo… Dios se da fuera de sí en su Hijo encarnado y en las diferentes acciones humano-divinas de este Hijo hecho hombre: cuando cura a los enfermos y cuando sacia el hambre de los indigentes.

Si esto es así, el obrar cristiano no puede ser otro que el que lleva consigo donación: dar lo poco que tenemos para que Dios lo multiplique en bienes del mismo género o en bienes de otro género como el bien de la solidaridad, o de la benevolencia, o de la generosidad, que son aún más eficaces porque no se agotan en una sola acción, sino que nos mantiene con las manos abiertas (como a Dios) para saciar de favores a todo viviente. Se trata de dar, dándonos. Porque si cuando damos no nos damos a nosotros mismos, nuestro dar se vacía de nosotros mismos, se convierte en una acción impersonal. Dios nos ha creado para dar, pero para poder dar antes hemos tenido que recibir (de Él).

Todo lo que tenemos lo hemos recibido, pero lo hemos recibido para darlo, o para dar (de lo recibido). En el dar está nuestra satisfacción, a pesar de que el egoísmo o el miedo a la indigencia nos desaconsejen tantas veces realizar esta operación, sobre todo cuando tenemos la impresión de que dando perdemos lo que damos, como sucede con bienes materiales como el dinero. A veces nos sentimos tan pobres que creemos remediar nuestra pobreza poseyendo cosas. Pero el deseo de poseer siempre nos deja insatisfechos, pues siempre se desea tener más.

Para romper la opresión de este círculo hay que situarse en la perspectiva del dar, aunque ante las graves necesidades de nuestro mundo digamos: ¿Y qué hago yo con esto para tanta gente o para dar respuesta a tan enormes necesidades? Dios nos dice: Dales lo poco que tengas, y verás el resultado: Comerán y se saciarán. El que tiene poder creador, tiene también poder para multiplicar lo creado. Pero para esto Él pide nuestra colaboración: esos escasos panes y peces de los que disponemos. Hasta el mismo pan de la eucaristía que se multiplica para nosotros supone la colaboración humana, pues es un pan elaborado, ofrecido y repartido por mano de hombre.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

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