¿CÓMO ES NUESTRA FE?
Creencia y confianza son dos pilares que, desgraciadamente, han dinamitado la sociedad del consumo y del bienestar a la que nos encontramos agarrados. ¿En qué tenemos confianza? ¿En quién y en qué creemos? Inseguridad en nuestros dirigentes y en muchas instituciones o la ausencia de confianza, de fe en alguien o en algo, aumenta nuestra vulnerabilidad. Nos hace más débiles.
1.-En el evangelio de este domingo, Jesús, se encuentra ante dos situaciones distintas pero con un mismo común denominador: existía fe allá donde se requería su presencia. Tanto el jefe de la sinagoga como la mujer que se iba en sangre confiaban plenamente su persona. Él, y con creces, premió esa fe con la salud.
La ciencia ayuda pero, bien lo sabemos, no lo es todo: llega hasta donde llega. ¿Quién puede sino Cristo arrancarnos de la muerte? ¿Quién puede sino Cristo ir más allá de esa frontera donde la técnica más moderna es incapaz de alcanzar? La técnica prolonga la vida (o la acorta). Cristo la mima, la recupera, la eterniza. La técnica necesita y mira al cuerpo. Cristo va más al fondo: a la persona, a la fe, al alma.
Ante una realidad donde parece sólo creíble lo que se demuestra o se ve, la fe, juega un papel fundamental: quien cree se salva. Quien cree vive la dimensión del dolor desde otra perspectiva. Quien pone en Jesús sus debilidades o sus hemorragias (internas o externas) está llamado a recuperarse, a sanarse.
-Flujos de desesperanza. Más allá de las promesas de nuestros gobernantes, hemos de poner nuestros ojos en aquel Dios que siempre pone aliento en nuestro camino.
-Flujos de sin sentido. Ante el pesimismo que nos invade (con la crisis cabalgando sobre nuestros hombros), el Señor nos invita a permaneced firmes en Él.
-Flujos de incredulidad. El consumismo nos ha acostumbrado a vivir bajo los dioses de lo placentero y en el camino fácil. ¿Qué consecuencias se derivarán de todo ello? El Señor nos señala un sendero: ser sus discípulos.
-Flujos de inquietud. Nos abruman muchos acontecimientos. Nos agobian las situaciones que nos rodean. Al tocar el manto de Jesús (la Eucaristía, la oración personal, los sacramentos) podemos revitalizar nuestro cuerpo físico y espiritual.
2.- La experiencia que tuvo Jesús (murió para ser resucitado por el Padre) la podemos tener cada uno de nosotros si somos capaces de dormir en la cruz con las mismas palabras de fe y de confianza con las que Él lo hizo: “En tus manos Padre encomiendo mi espíritu”. Al tercer día, Cristo saltó de la oscuridad a la luz, del absurdo a la vida, de la muerte a la resurrección. Confió, creyó y tuvo fe ciega en su Padre. Ello le valió, a Él y a nosotros, la redención de toda la humanidad.
A veces exigimos pruebas a Dios de su existencia y, en cambio, reclamamos poco a nuestra fe. A veces podemos considerar que ya son suficientes unas prácticas sacramentales, el estar bautizado o incluso el practicar de cuando en vez la caridad. ¿No hizo muchísimo más Cristo por nosotros?
-Además de caridad, con su cuerpo en la cruz, dio muestras de la grandeza de su amor
-Además de orar, defendió públicamente el Reino de Dios ante los poderosos de su tiempo
-Además de dejarse bautizar en el Jordán, no hizo ascos a ese otro bautismo de sangre: su muerte en cruz
3.- ¿Y aún nos resistimos a creer? ¿No habrá llegado el momento de publicitar, con todos los medios a nuestro alcance (especialmente desde la experiencia personal) que el manto de Cristo se sigue dilatando a lo largo y ancho del mundo? ¿No será que la humanidad, desangrándose en miles de flujos, desconoce que hay un Cristo que puede y desea taponar todas esas heridas sin más respuesta que la fe?
Javier Leoz
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