Primera Lectura: (Ezequiel 17,22-24)
Marco: El contexto es la alegoría del águila grande, de grandes alas, de enorme envergadura, de espeso plumaje abigarrado que vino al Líbano y cortó la cima del cedro. El águila es Nabucodonosor; que en 597 puso en el trono de Jerusalén a Sedecías, después de haber deportado a Joaquín. La lectura proclamada es un poema para anunciar la restauración futura presentada como una era mesiánica.
Reflexiones
1. Desconcertante pedagogía de Dios!
Yo soy el Señor que humilla y ensalza... Estas afirmaciones de Ezequiel hay que leerlas en el marco de la comprensión de monarquía en el Oriente. Los reyes poderosos disponían de los pueblos vencidos a su antojo y arbitrio, proclamándose árbitros ele la humanidad (Egipto, Babilonia, Persia). Dios, el soberano, se reserva su actuación a favor de su pueblo Israel. Dios tiene poder para humillar a los poderosos y ensalzar a los débiles. Es una constante del comportamiento de Dios a lo largo de la historia de la salvación. Y que vuelve a aparecen con Jesús y su Iglesia. Las decisiones de Dios son definitivas y eficaces. Este es el mejor apoyo para la esperanza de un pueblo realmente humillado en aquel momento.
Segunda Lectura: (2Corintios 5,6-10)
Marco: Sigue siendo el del domingo anterior.
Reflexiones:
1) ¡La esperanza cristiana entre el ya y todavía no de la salvación en Cristo!
Siempre tenernos confianza... Pablo insiste en la firmeza de la esperanza cristiana. Ciertamente que valora como la primera virtud la caridad (I Cor 13), pero la insistencia en las otras dos virtudes teologales aparecen con frecuencia y fuerza en sus cartas. En este momento muy difícil y complicado en las relaciones entre su comunidad y él, Pablo reafirma su confianza en Dios. Pero estamos de camino. En el camino es necesaria la luz de la fe y la fuerza de la esperanza.
2. ¡En el entretanto hay que poner los ojos en Jesús!
En destierro o en patria, nos esforzamos en agradar al Señor. Jesús es el que abre camino para los discípulos y para la humanidad entera. Intentar agradarle a él es lo mismo que actuar con fidelidad a su persona y a su Evangelio. Y esta posición da firmeza a las convicciones y a las actuaciones de cada día. El dictamen final sobre nuestras vidas y nuestras actuaciones está en manos de Jesús, Juez universal. Este es un pensamiento que ha dirigido siempre la actuación de Pablo convertido en apóstol. Con insistencia expresa en sus cartas que sólo es aprobado a quien Dios aprueba y no el que se aprueba a sí mismo. Esta es la expresión de la referencia permanente a aquel que le llamó a la fe y al ministerio y, por otra parte, la libertad con que Pablo ha actuado siempre frente a opiniones o valoraciones externas. La fidelidad al que le ha enviado ha sido su norma de conducta y es el fundamento de su esperanza. Hoy como ayer siguen teniendo valor estas palabras del apóstol. Los hombres y mujeres de nuestro mundo se mueven fácilmente por el prestigio, la fama y el honor. Y la valoración que pueden hacer los demás es buscada con excesiva ansiedad. Valores ciertamente importantes. El problema surge cuando se colocan como objetivo principal de la vida. Esos valores se desvanecen ante otro postor. Pero los creyentes son enviados a proclamar con su vida y su palabra que por encima de esos valores, está la aprobación de Dios que es veraz, definitiva e irrevocable.
Evangelio: (Marcos 4,26-34)
Marco: Mc 4 reúne cinco parábolas de Jesús. Es un intento de recopilar parábolas pronunciadas por Jesús en distintas ocasiones y presentarlas en un conjunto. Este grupo de parábolas se caracteriza por el hecho de que les es común la idea de crecimiento: el sembrador, la cizaña, la semilla que crece sola o calladamente y el grano de mostaza (y las de la levadura y la red barredera). Estas parábolas se refieren a la historia futura del reino de Dios en el mundo. Si Jesús declaró que el reino de Dios había llegado, estas parábolas indican que estaba presente sólo de manera germinal y dejan lugar para un período indefinido de desarrollo antes de la consumación. Hoy proclamamos dos parábolas que tienen un mismo tema: la fuerza de la Palabra (y del reino) que crece y se desarrolla si los oyentes no le oponen dificultades.
Reflexiones
1. ¡Fuerza irresistible de la Palabra y del reino!
La aplicación de esta parábola es sencilla y directa. El reino de Dios es semejante a esto. Es verdad que aún no sabemos si el reino de Dios es semejante a la semilla o a lo que sucede cuando se siembra la semilla: si es semejante al crecimiento o a la siega. Hay, pues, un difícil problema de interpretación. Tres posibilidades de interpretación: En primer lugar, el reino de Dios es semejante a la semilla: es un principio germinativo interno: en el plano individual o en la sociedad que trata de transformarlo todo. Jesús introdujo en el mundo (sembrador) un principio creador que actúa por los siglos hasta su cumplimiento. Esta interpretación puede apelar a la que da Mateo de la parábola de la cizaña: El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre. En segundo lugar, el reino de Dios es semejante a todo el proceso de crecimiento. Es la energía divina inmanente al mundo por la que se logra gradualmente el designio de Dios. En tercer lugar; el reino de Dios es semejante a la siega, y el resto del relato está sometido a esto. El reino de Dios vendría en virtud de una intervención divina poderosa.
2. ¡Entre la siembra y la siega!
La siega era un símbolo antiguo y familiar para expresar el acontecimiento escatológico, es decir, el día del Señor o el olía del juicio. Una comparación entre Mt 9,37-38; Lc 10,2, demuestra que en su fuente común esta sentencia era el prólogo inmediato al mandato misional dirigido a los Doce. Jesús envía a estos como obreros para segar la mies que ya estaba madura (cf. In 4,35ss). Jesús se halla ante la mies madura y toma medidas para «meter la hoz». A eso es semejante el reino de Dios. Es la culminación de un proceso. Si preguntamos, pues, quién sembró la semilla, podremos responder: la siembra es ese acto inicial de Dios, anterior a toda actividad humana que llamarnos en teología «gracia proveniente», condición fundamental de todo lo bueno que acontece entre los hombres. Sin embargo, los estadios del crecimiento son visibles. Sabemos que Jesús consideró su obra como la culminación de la misión profética. Así, la parábola, querría decir que la crisis presente es el punto culminante de un largo proceso. Este interés por los acontecimientos providenciales de su obra es plenamente característico de la enseñanza de Jesús. La parábola subraya el hecho de que el crecimiento es un proceso misterioso independiente de la voluntad y de la acción del hombre. Recordemos Mc 11,30. El símbolo tradicional de la siega recibe ahí un nuevo enfoque. Después de la obra del Bautista queda solo una cosa: Meted la hoz, porque la mies está madura. Por eso el título de la parábola podría ser también «parábola del labrador paciente» (Jeremías). El labrador deja caer su semilla: por su misma fuerza crece y da fruto; mientras tanto el labrador espera pacientemente el momento de la cosecha. Luego un día el trigo está en sazón para la siega. Es el momento de recoger el fruto de la paciencia. Lo mismo ocurre en el reino de Dios; la misma seguridad que tiene el labrador de que después de una larga espera recogerá su fruto, así también ocurrirá con el reino de Dios, en el momento en que serán cumplidas las esperanzas escatológicas. Y lo mismo que la semilla crece y se desarrolla en virtud de su fuerza interna irresistible, así también el elemento primordial del reino empuja al crecimiento y a la madurez. Los hombres deben tener confianza y esperar, como el labrador (cf. St 5,7). No hay que precipitar la hora decisiva que con toda seguridad llegará, libremente, inevitablemente; en el secreto de su actividad, Dios la está preparando.
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