Pedro añadió: No se puede negar el agua del bautismo a quienes han recibido el Espíritu Santo igual que nosotros
Estamoscontemplandouno de los episodios bien conocidos e importantes del libro de los Hechos de los Apóstoles: el Concilio de Jerusalén. Fue provocado por la libertad con la que actuaron Pablo y Bernabé en la misión evangelizadora de Antioquia. ¿Había necesidad de circuncidar a los paganos antes y para recibir el bautismo, como si fuera preciso hacerse judío para ser cristiano? ¿Admitir primero la Ley de Moisés y otras muchas tradiciones inherentes a su cultura y modo de vida? ¿Dónde quedaba la universalidad de la liberación realizada por Jesucristo? ¿Dónde estaba tal posibilidad? ¿En la Ley, o en Cristo?
La decisión fue tomada por el Concilio de Jerusalén: “Todavía, dice el texto, estaba Pedro exponiendo estos hechos, cuando bajó el Espíritu Santo sobre todos los que escuchaban la palabra, y los fieles de la circuncisión que habían venido con Pedro; se sorprendieron de que el don del Espíritu Santo se derramara también sobre los gentiles, porque los oían hablar en lenguas extrañas y proclamar la grandeza de Dios”. Entonces Pedro añadió: ¿Se puede negar el agua del bautismo a los que han recibido el Espíritu Santo igual que nosotros”. Y el Concilio mandó bautizarlos en el nombre de Jesucristo, y no imponerles más cargas de las necesarias. Entonces le rogaron que se quedaran unos días con ellos.
Dios no puede hacer muestras de su amor, cuando pedimos que lo haga a nuestro estilo. Se pide lo imposible, que despleguemos lo que es Dios. Tenemos la suerte de que Dios ya está en nosotros desde el principio; de ahí que el mismo Juan diga que el amor no consiste en que nosotros amemos a Dios, sino en que Él nos amó primero. Nos toca descubrirlo en la fe. La liturgia de este día dirá de forma taxativa, por boca de Jesús: “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo. Este es mi mandamiento, que os améis unos a otros como yo os he amado”.
El maravilloso ser humano
Con este título grandilocuente queremos decir que es, (como todo el universo) un ser creado, único, verdadero, bueno y bello que en la persona humana adquiere gran complejidad, por su composición de alma y cuerpo, como “animal racional”, (varón y mujer) reyes de la creación, en el paraíso terrenal.
El diálogo afectivo y continuado de Dios con la humanidad desde la creación sufrió en el correr del tiempo diferentes críticas desde Adán y Eva hasta nuestros días. Todos los seres sometidos a una ley general de atracción/repulsa evolucionaron, se desarrollaron, hasta los grandes avances modernos. La inteligencia humana del paraíso no obedeció el mandato natural…. Y cada descubrimiento, lento, pero de millones de años, mantiene las discrepancias que la naturaleza creada ofrece de forma dura a la Naturaleza creadora.
La naturaleza creada inteligente es capaz de no resignarse a sus límites y cometer errores de forma continuada, y proporcionada en violencia, avaricia, poder y desmanes variados. Tanto amó Dios a la humanidad que envió al propio Hijo al mundo, no para condenarla sino para salvarla. En Jesucristo nazareno tenemos el modelo de humanidad liberadora desde Belén a la muerte en cruz, como cualquier mal-hechor.
Aquel episodio del Concilio de Jerusalén …. “No poner cargas” cumpliendo la Ley de Dios hasta la última tilde (como Jesús) lo había vaticinado en el discurso con Nicodemo al decir que necesitábamos nacer de nuevo, abandonando la Ley de Moisés, para aceptar su único mandato del amor. Por un lado, se dice que nuestra esencia (alma-espíritu) es el amor de Dios, y el enviado para la salvación del mundo resume todo diciendo “que os améis unos a otros como yo os he amado”. Un cambio de mentalidad inalcanzable a Nicodemo, y a cada uno de nosotros, si contásemos solo con nuestras fuerzas o energías.
El amor “ágape” necesita mucha gratitud, porque la tendencia natural del ser humano va con facilidad en otra dirección: tendemos a ser amados, a ser regalados, a ser servidos… cuando el amor de Dios, gratuito, requiere aprender a elegir para actuar bien; exige servir y no ser servido hasta convertirse en samaritano (de a pie) considerando prójimo al próximo necesitado de servicio. La verdadera amistad que hace intercambio (donación de sí) hasta hacerlo sacramento de “projimidad” en el matrimonio y caridad-ágape en todo bautizado.
Comenzaba el evangelio: “Como el Padre me amó así os he amado yo, permaneced en mi amor”. Quiere decirnos que Él nos amó primero y siempre a todos, sin más. Por nuestra parte, la energía ofrecida en Pentecostés nos recuerda la presencia del Espíritu Santo, que es abogado defensor certero en la evangelización a que somos enviados.
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