Cuando el libro del Éxodo nos narra cómo Yahvé entrega a Moisés las tablas de la ley, el texto parece referirse tanto a una revelación como a una ocultación. Dios encarga a su elegido una cuidada preparación del espacio en el que van a encontrarse, con suficiente distancia del resto del pueblo, que debe quedar al margen. Solo Moisés puede encontrarse con Dios, tanto en la primera como en la segunda entrega de la ley. Oscuridad, nube, el velo que cubre el rostro de Moisés después de sus encuentros con Dios son símbolos que ocultan y que se contraponen al fuego con el que Dios se manifiesta y a la luz que transmiten sus palabras para el pueblo.
La ley no es un listado de prohibiciones sino que quiere ser un camino luminoso por el que el pueblo puede avanzar hacia Yahvé. Esa ley comienza reclamando hacer memoria de quién es este Dios: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud. No tendrás otros dioses frente a mí».
A continuación, el relato nos presenta una serie de recomendaciones para vivir en esta nueva senda propuesta: no te harás ídolos; no pronunciarás el nombre del Señor, tu Dios, en falso; fíjate en el sábado para santificarlo. Estos primeros, que en nuestras imágenes más modernas vemos grabados en la primera piedra, son los mandatos que nos mantienen en una buena relación con Dios. Los restantes, en la segunda piedra, nos hablan de cómo mantener buenas relaciones con los hermanos y hermanas.
Quizás, han pasado demasiados siglos y los teólogos y teólogas han dicho ya demasiadas cosas sobre estos Mandamientos como para intentar ser originales ahora. Pero como decíamos en la introducción, en este nuevo tiempo de Cuaresma que vivimos en plena pandemia, quizás la ley que Dios entrega a Moisés nos pueda ayudar a pensar cómo es nuestra relación con Dios y con quienes nos rodean.
¿Nuestro encuentro con Dios nos revela nuevas formas de vivir? ¿Nos ha mostrado nuevos caminos de cuidado para quienes nos rodean y de protección del planeta en el que habitamos? ¿Tenemos en cuenta que la vida de nuestros hermanos y hermanas, especialmente las más débiles y humilladas es tan valiosa como la nuestra y, por tanto, ha de ser defendida y cuidada?
Porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre
Como decíamos más arriba, el texto del evangelio hoy también nos sugiere una mirada hacia dentro. En una actitud de Jesús que, quizás, nos descoloca, se arma con un látigo y se enfrenta a los vendedores de animales y cambistas que han convertido el templo en lo que no es, prostituyendo su objeto inicial. «No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre». ¡Dejad de quedaros en los superfluo, id a lo interior!, parece decirnos.
El relato de Juan, escrito ya tras la Resurrección y, por tanto, con una nueva comprensión de todo lo acontecido con Jesús nos explica que este se refería a sí mismo y no al templo de Jerusalén. Quizás, lo que nos pueda ayudar hoy es quedarnos con la reflexión sobre el mismo Jesús, de quién dice que "sabía lo que hay dentro de cada persona», en una llamada más a bucear en nuestros corazones.
Y una última reflexión, sobre el texto paulino, que nos puede ayudar en estos tiempos de dolor para tantos y tantas. «Nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles». La primera carta a los Corintios nos habla de la cruz, que, siendo un objeto de tortura, hemos convertido en objeto de decoración. No podemos acabar, fácilmente, con el dolor y la muerte y, menos aún, banalizarlo, porque hay aún muchos millones de hermanos y hermanas nuestras que siguen siendo “crucificadas” en estos días. Pero no nos viene mal recordar que, para nosotros y nosotras, la cruz es símbolo de una entrega, de una persona que se da, y eso es lo que nos salva.
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