(Sab 6,12-16; 1Ts 4,13-18; Mt 25,1-13)
Estamos llegando al final del año litúrgico. El evangelio de este domingo nos habla de la vuelta de Cristo resucitado, que volverá como novio para el festín de bodas al final de nuestra vida. La parábola se sirve de las costumbres con que se celebraban las bodas de aquellos tiempos para exhortarnos a vivir vigilantes, a estar preparados para cuando el Señor nos llame, porque el Señor llega y llega a la hora que menos pensemos. Si somos sensatos, nos daremos cuenta de que lo realmente importante de toda nuestra vida es estar preparados para cuando el Señor nos llame. Si Cristo llegara hoy, ¿dónde y cómo nos encontraría?
El evangelio nos habla de diez vírgenes, que según el protocolo de aquellos tiempos, debían recibir al novio de una manera determinada. Debían recibirlo con unas lámparas encendidas. Todas habían sido invitadas a la boda, pero cuando llegó el novio, algunas de las vírgenes se encontraron con las lámparas vacías, tuvieron que ir a comprar el aceite necesario y cuando volvieron, ya era tarde para entrar a la boda, las puertas estaban cerradas y la única respuesta que oyeron fue: no os conozco (v.12).
Con esta parábola el evangelista escenifica la doble postura que podemos adoptar ante Dios: la vigilancia activa o la despreocupación. El evangelio resalta la importancia de estar vigilantes y nos amonesta sobre las consecuencias del comportamiento inadecuado y desobediente. Una vez que Cristo haya llegado, ya no tendremos nuevas oportunidades para prepararnos para la fiesta, será muy tarde para pedir misericordia y llenar nuestras ánforas de buenas obras. El encuentro con Dios no se improvisa, es algo que debe recorrer toda nuestra vida. Querer presentarse ante Dios con las manos vacías, por mucho que llamemos o gritemos, es una insensatez y todos seremos juzgados por la respuesta que hayamos dado a las necesidades humanas (v. 25,40 y 45).
La parábola también nos deja claro que hay tiempo para el arrepentimiento y tiempo en el que el arrepentimiento llega demasiado tarde. Cuando llegamos a este mundo Dios dio a cada uno una lámpara para que la llenemos de coherencia y de buenas obras. Y la hora es siempre, cada momento. Las vírgenes necias, en el momento crucial de su vida, se dieron cuenta de que tenían vacías sus lámparas y no pudieron improvisar el aceite. ¿De qué están llenas nuestras lámparas, nuestra vida?… Tenemos que ser conscientes de que en el momento decisivo de nuestra vida no podemos improvisar ni comprar lo que debiéramos haber hecho, día a día, a lo largo de nuestra vida. Velar no es pasividad sino acción y actitud. Hay que cosas que nadie puede hacer por nosotros.
La insensatez es el descuido, es el ocuparse de lo que no es importante. La vida del cristiano dormido es una vida vacía. Si nos dejamos guiar por aquello que nos apetezca, por lo más cómodo, nuestra vida se convierte en estéril, incapaz de dar vida a los otros y no acumularemos la reserva necesaria en nuestra aceitera y se apagará en el momento de encuentro con el Señor. Querer significa poner los medios: el deportista, si quiere ganar, tiene que sacrificarse, entrenar, abstenerse…; el estudiante, si quiere aprobar, tiene que estudiar. Todos somos invitados a la boda, pero tenemos que llevar el aceite. Nuestra lámpara estará llena si hemos amado, si hemos dado de comer, si hemos visitado al enfermo, si… Las medallas humanas no nos sirven de nada si no van revestidas de la caridad (Mt 25,31-46). El criterio último para la rendición de cuentas no es el éxito sino la fidelidad. Lo que pretende Jesús es decirnos en qué situación debe encontrarnos cuando vuelva. Tarda, pero vuelve, no nos durmamos, vigilemos.
Vicente Martín, OSA
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