Javier Leoz
1.- En el año litúrgico que ahora finalizamos, hemos contemplado en diversas escenas, y hemos escuchado en miles de palabras, la personalidad, la vida, los hechos, la hondura de Jesús de Nazaret.
Aquel niño que el adviento nos preparó a recibirlo en un pesebre, que fue reverenciado por pastores y reyes, que cargó una cruel cruz sobre sus hombros, que se desangró hasta la hora nona en el calvario, que resucitó en las primeras horas del domingo de pascua y que ascendió a los cielos encargándonos trabajar por su reino hasta su segunda venida, es coronado en este día como rey de un reino de hombres y mujeres que creen, se fían y esperan en El.
2.- Hoy, más allá del concepto que tengamos de la figura de un rey, vemos a un Jesús aventurándose y consagrándose en cuerpo y alma a la verdad y la justicia, al amor y a la gracia, a la vida y a la justicia. Un Reino donde, más de uno, quisiéramos tomar parte para vivir dignamente.
El Reino de Dios fue la locura y el centro de la vida de Jesús ¿Es también la nuestra? O, tal vez, ¿sólo una calentura de un momento sacramental o celebrativo?
La fiesta de Cristo Rey nos sugiere poner a Cristo en el corazón de todo lo que sentimos, somos y palpamos: un rey que sufre por la suerte de sus súbditos, ante los que no tuvo reparo en arrodillarse en la tarde de jueves santo, curar sus enfermedades, rescatarlos a la vida después de muertos o a la fe después de haber deambulado por la incredulidad.
3.- Jesús, como rey, rompe muchos esquemas. Se ha dejado tocar. Su palacio ha sido la vivienda humilde de un publicano o la de un pecador. Su palacio preferido fue el hogar de un enfermo desahuciado o de un pobre que clamaba su atención.
Como rey, su carroza, fue las manos que le buscaban porque no tenían pan o porque, los hombres de Dios de aquellos tiempos, les decían lo que nunca luego hacían. Un rey así, de original y de rompedor, ha contado con nuestra atención y con nuestro seguimiento en diversos encuentros de reflexión en nuestras parroquias, comunidades o en mil expresiones de religiosidad popular.
No podemos quedarnos, en este día, en la simbología ni en el concepto actual que la sociedad nos transmite sobre el término “rey”.
--A Jesús le sobran los papeles. Va a la situación concreta del hombre.
--A Jesús no le hace falta protocolo. No existe distancia entre aquello que dice y aquellos que le necesitan.
--A Jesús no le marcan palabras, pasos ni discursos. Como rey, sabe que los suyos necesitan verle, tocarle, escucharle para secundarle en esa iniciativa de llevar a cabo un reino tan original y tan contracorriente.
--A Dios no le hace falta una clínica de prestigioso nombre para dar luz a un gran rey. Con un simple pesebre le bastará. Y, además, con el testimonio único y cierto de los pastores.
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