Javier Leoz
1.- La sociedad nos invita a un triunfo rápido y a costa de lo que sea. Hay medios, métodos y empresas que están orientados precisamente a todo ello: conquistar la fama cuanto antes y, si puede ser bien remunerado, mejor que mejor.
Y, en este inicio del verano, la Palabra del Señor nos recuerda que perdiendo muchas cosas (que ante el mundo pueden parecer importantes) son puntos para adquirir algo más definitivo en el más allá.
El padre y la madre (de los que se nos habla en el Evangelio de hoy) tienen muchos rostros con diversos nombres, en la realidad que nos circunda: riquezas, ocio, placer, materialismo, hedonismo, relativismo, miedos, temores, etc.
2.- El padre y la madre, son aquellos imanes que nos atraen y nos apartan del camino emprendido en el día de nuestro Bautismo. Es, en definitiva, la comodidad y el apego a muchas cosas que nos parecen imprescindibles para ser felices, lo que nos paraliza y nos impide valorar aquella ganancia de la que Jesús nos habla en este evangelio dominical.
Cuando uno quiere a alguien, todo esfuerzo y sacrificio, le parece poco. Cuando a uno le es indiferente otra tercera persona, cualquier detalle, le parece un privilegio concedido injustamente.
A Dios hay que llevarlo en el fondo de las entrañas. Cuando a Dios se le ama, la vida y las pequeñas renuncias de la vida cristiana, se contemplan con otra óptica, con un trasfondo de felicidad y de fidelidad.
2.- Todos, en el día a día, podemos ir construyendo un pequeño balance de aquello que damos a Dios y de aquello que Dios nos ofrece. Malo será que, el día de mañana, abriendo el diario de nuestras buenas obras, de nuestros ratos de oración, del trabajo en pro de la justicia, de la confianza y de la esperanza en Dios, nos encontremos con la gran sorpresa de que tenemos muy pocos asientos señalados a nuestro favor por haber estado entretenidos en “muchos padres y madres” que distrajeron nuestra existencia desde Dios y para Dios.
¿Perder para ganar? Ciertamente. Dios, en nosotros y a través de nosotros, invierte en el mundo de una forma original y desconcertante: hay que ir contracorriente. Comprando aquello que muchos desprecian y abrazando a aquellos que la sociedad rechaza. Para ello, claro está, es cuestión –muchas veces- de cerrar los ojos y de abrir el corazón.
¿Perder para ganar? Así es. Jesús nos deja unas pistas por las que podemos optar hacia esos grandes valores que, a pesar de las dificultades, perduran en el tiempo.
3.- Alguien dijo, con cierta razón, que los cristianos tenemos que aprender a “jugar en bolsa”. No precisamente en aquella que el mundo económico propone para enriquecerse abusivamente. El cristiano convencido, ha de estar dispuesto a perder de lo suyo (tiempo, bienes materiales, esfuerzo) para que un día Jesús pueda reconocernos como aquellos que se arriesgaron y arriesgaron abundantemente en su nombre y en favor de los demás.
--Que los modos de ver las cosas sean los de Dios y no los nuestros
--Que la voluntad a la hora de vivir, venga condicionada por la voluntad de Dios y no solamente por la nuestra
--Que aquello que realicemos se corresponda con los planes de Dios y no exclusivamente con nuestra agenda personal
--Que en el día a día, sepamos morir un poco a nuestro “yo” para que brote un poco Dios.
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