“Mi carne es verdadera comida” (Jn 6, 51-58)
Sabemos desde siempre que esa Hostia con apariencia de pan es el Cuerpo de Cristo. La Eucaristía ha sido el pan de nuestras vidas. Vimos comulgar a nuestros padres, recibimos la primera comunión y los domingos no faltábamos a la Santa Misa. Pero si se lo tuviésemos que explicar a alguien que jamás ha oído hablar de este misterio, nos diría que estamos locos, que como va a ser Dios un trozo de pan, como Dios de cielo y tierra puede estar contenido en tan poca cosa, preso de Amor. Estas palabras escandalizaron a los judíos “el pan que yo os daré es mi carne para la vida del mundo”, siguen escandalizando. Nos lo pueden explicar pero nadie nos puede obligar a creerlo. Muchos hemos experimentado el poder de atracción que genera la Hostia consagrada. Nadie fuera de Dios puede atraer así.
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