Desde el inicio de la crisis del coronavirus y del estado de alarma se han visto y difundido frases como “todo irá bien”, “todo va a salir bien”. Son frases que quieren hacer llegar un mensaje de ánimo y optimismo; pero a medida que han pasado las semanas y se ha ido incrementando el número de contagiados y fallecidos, junto con las duras consecuencias económicas que esta crisis está provocando, ya no resulta tan fácil mantener el optimismo. Como dijo el Papa Francisco en su homilía de la Vigilia Pascual: “Todo irá bien, decimos constantemente estas semanas, aferrándonos a la belleza de nuestra humanidad y haciendo salir del corazón palabras de ánimo. Pero, con el pasar de los días y el crecer de los temores, hasta la esperanza más intrépida puede evaporarse”. Quisiéramos creer que todo saldrá bien, pero…
Aunque estamos ya en el quinto domingo de Pascua, anímicamente nos podemos sentir todavía “en el Sábado Santo”: Jesús ha muerto y, como indicó el Papa Francisco en su homilía de la Vigilia Pascual: “Nos vemos reflejados en los sentimientos de las mujeres durante aquel día. Como nosotros, tenían en los ojos el drama del sufrimiento, de una tragedia inesperada que se les vino encima demasiado rápido. Vieron la muerte y tenían la muerte en el corazón. Al dolor se unía el miedo, ¿tendrían también ellas el mismo fin que el Maestro? Y después, la inquietud por el futuro, quedaba todo por reconstruir. La memoria herida, la esperanza sofocada”.
La crisis del coronavirus y sus consecuencias “desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades” (oración 27 de marzo de 2020), y por eso nos resultan insuficientes los mensajes de ánimo.
En unos Ejercicios Espirituales, el director dijo una frase que se me quedó grabada: “El cristiano no debe ser optimista, debe ser esperanzado”. Y ésa es la llamada que el Señor Resucitado nos hace especialmente en el tiempo de Pascua de este año.
Como escribió el Papa Benedicto XVI en Spe salvi: “en las pruebas verdaderamente graves (…) es necesaria la verdadera certeza, la gran esperanza (39). Y la verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando «hasta el extremo»”. (27)
Y el Papa Francisco lo repitió en la Vigilia Pascual, la noche que celebramos la resurrección de Cristo, que da sentido a nuestra fe y nuestra vida: “En esta noche conquistamos un derecho fundamental, que no nos será arrebatado: el derecho a la esperanza; es una esperanza nueva, viva, que viene de Dios. No es un mero optimismo, no es una palmadita en la espalda o unas palabras de ánimo de circunstancia, con una sonrisa pasajera. No. Es un don del Cielo, que no podíamos alcanzar por nosotros mismos (…) La esperanza de Jesús es distinta, infunde en el corazón la certeza de que Dios conduce todo hacia el bien, porque incluso hace salir de la tumba la vida”.
De ahí que, en este quinto domingo de Pascua, en el que quizá no experimentamos todavía la Resurrección de Cristo, Él nos dirige las palabras que hemos escuchado en el Evangelio: No perdáis la calma, creed en Dios y creed también en mí… Yo soy el camino y la verdad y la vida.
Para que creamos en Él, Jesús quiso pasar por la muerte de Cruz, y vencer así toda muerte y toda cruz. Por eso en este tiempo, “donde estamos sufriendo, experimentando la carencia de tantas cosas, escuchemos una vez más el anuncio que nos salva: ha resucitado y vive a nuestro lado”. (oración 27 de marzo de 2020)
Cristo, muerto en la Cruz y Resucitado, es el camino, la verdad y la vida para toda la humanidad Y esta esperanza que hemos encontrado en Él se nos tiene que notar y la tienen que notar. Como dijo el Papa Francisco: “Es otro “contagio”, que se transmite de corazón a corazón, porque todo corazón humano espera esta Buena Noticia. Es el contagio de la esperanza. No se trata de una fórmula mágica que hace desaparecer los problemas. No, no es eso la resurrección de Cristo, sino la victoria del amor sobre la raíz del mal, una victoria que no “pasa por encima” del sufrimiento y la muerte, sino que los traspasa, abriendo un camino en el abismo” (Bendición Urbi et Orbi).
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