Jesús, “piedra viva”, lleno del Espíritu de Dios:
en el bautismo nos acercamos a ti “piedra viva”;
allí nos ungiste con tu misma vida, con “Espíritu santo y fuego”;
encendiste nuestra persona con el amor divino;
tú y el Padre-Madre habitáis en nosotros como templos del Espíritu;
nos hacéis a todos “sacerdotes del mundo”:
para comunicar el amor de Dios a la vida,
para llevar la vida al corazón de Dios.
Tu Espíritu nos has consagrado para trabajar en el Reino:
ser buena noticia para los pobres y carentes de vida,
invitar a vivir la libertad que sigue al Amor,
abrir los ojos al ciego de egoísmo y autosuficiencia,
anunciar el Amor gratuito, incondicional, universal, de Dios.
Compartimos así contigo, Jesús de Nazaret, tu “sacerdocio sagrado”:
tu Espíritu nos ha configurado contigo:
llamamos a Dios “Padre-Madre” en tu nombre;
nos reconocemos hermanos tuyos y entre nosotros en Ti;
amamos la vida con tu mismo amor;
trabajamos por realizar tu reino de vida.
“todas nuestras obras, oraciones e iniciativas apostólicas, la vida conyugal y familiar,
el trabajo cotidiano, el descanso, las molestias de la vida…,
se convierten en sacrificios espirituales, aceptables a Dios por Jesucristo,
en la eucaristía las ofrecemos al Padre, juntamente contigo…
Así consagramos el mundo a Dios”.
Nuestra actividad religiosa (oración, celebraciones…) revive nuestro bautismo:
tomamos conciencia, confirmamos nuestra identidad cristiana;
nos alimentamos del Espíritu que te condujo a la muerte y resurrección;
rogamos que nuestra vida sea como la tuya: trabajar por el Reino.
Especialmente esta vivencia se hace más intensa en la eucaristía:
en ella no somos asistentes, espectadores o receptores pasivos;
todos somos celebrantes, auténticos sacerdotes;
ofrecemos al Padre-Madre Dios tu existencia entregada al Amor;
nos sentimos unidos a Ti, ungidos por tu mismo Espíritu;
comprometidos a realizar tu misma tarea sacerdotal en la vida:
ser testigos del amor de Dios entregando nuestra vida a favor de todos.
Con razón todo cristiano puede ser llamado “otro Cristo”:
lleno de su mismo amor, se ve a sí mismo sobre todo en los más pobres;
solidario de “gozos y esperanzas, tristezas y angustias”;
trabajador incansable contra la injusticia y desprecio de cualquier persona;
defensor de los derechos fundamentales: alimento, salud, vestido, vivienda,
libertad de estado civil y religioso, familia, educación, trabajo, respeto…;
mediador, puente, sacerdote, que conecta la vida con Dios y Dios con la vida:
por su existencia circula el amor entrañable del Espíritu de Dios;
su vida real, casada o soltera, se hace presencia del amor divino.
Renueva, Jesús de la vida, tú nuestro sacerdocio:
tu vida en nuestra vida, en la historia que nos va construyendo;
el quehacer de cada día alentado por el Espíritu Santo;
el sacerdocio radical, fundamental de todo cristiano;
la novedad de tu Iglesia, raza elegida, sacerdocio real,
nación consagrada, pueblo ganado por el amor de Dios…”.
Rufo González
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