Vivir la Pascua
1.- Al domingo de Pascua se llega tras unos días –la octava de Pascua—que son litúrgicamente como la repetición del Día de Resurrección del Señor. Y así el Segundo Domingo de Pascua es, sin duda, como una copia de todos esos días. Hemos de valorar especialmente esa alegría inmensa que el pueblo cristiano vive por la resurrección del Señor y conviene tenerlo presente porque se tiende a considerar –día a día—como si ese hecho prodigioso no se hubiera producido. Merece, pues, la pena enfatizar esa realidad diaria de la Pascua, la cual, si se aprecia de manera muy fehaciente en la Octava, hemos de decir que está presente en nuestra vida y en nuestros rezos durante cincuenta días. Y no debemos de olvidarlo, ni dejarlo al lado, y mucho menos frivolizarlo.
La diferencia respecto a la Misa del Día de la Pascua de la Resurrección está en la repetición en todos los ciclos –A, B y C—del evangelio de San Juan que nos relata la posición del Apóstol Tomás, sin duda fuerte y difícil. Pero merece la pena verlo también es positivo.
Y que la respuesta de Tomás a Jesús resucitado –tras verlo– iba a dar origen a una de las hermosas y breves oraciones de la cristiandad. La jaculatoria «¡Señor Mío y Dios Mío!» la repetirían después miles y miles de hermanos en el momento de recibir la Sagrada Comunión. Y este hecho, no por muy repetido, pierde su sublime aroma. La creencia fuerte del descreído es a veces más importante que el sentimiento regular de seguimiento de muchos «creyentes de toda la vida».
2.- Sin duda, esa fue la segunda conversión de Santo Tomás. Y es, asimismo, ese efecto importante de la «segunda conversión» lo que nos lanza a lo más alto. Hay, sin duda, que esperar la segunda conversión y no conformarse con la primera, aunque aquella tenga mucho de bella y entrañable. Después de muchos años de seguimiento hay un momento en el que todo se ilumina, crece y se perfila. Tomás tuvo la suerte de ver al Resucitado. Pero nosotros lo sentimos, lo tenemos cerca y la alegría de la Pascua inunda nuestros corazones en busca –sin duda– de la segunda conversión.
3.- El relato de Juan –como todos los del Discípulo amado– esta pleno de detalles y datos. Estaban las puertas cerradas, entro y su puso en medio. ¿Os lo imagináis? Puertas bien seguras por miedo a quienes habían matado a Jesús. Y entra. ¿Suponéis, amigos, el grado de sorpresa de los discípulos allí presentes? No es fácil. Pero el mensaje de paz del rostro querido del Maestro comunicó esperanza y alegría. La contemplación se hace difícil. Nos gustaría asistir a la escena, pero no es fácil. Les ofrece la paz y les envía a convertir al mundo. En esa escena se consolida la Iglesia de Dios con la llegada del Espíritu Santo y la facultad de perdonar los pecados. Junto a la capacidad detallista de Juan, está su profundidad dogmática. Todo lo que necesitaba la Iglesia para su trabajo corredentor aparece en este trozo del Evangelio. Es, desde luego, la última pagina del evangelio de Juan y es el resumen de toda una narración, plena y profunda, escrita ya muchos años después del resto de los textos evangélicos. Juan quiere perfilar muchas circunstancias y planteamientos que habían sido atacados por las herejías, por las más tempranas herejías. La fe de Tomás, el mandato de evangelización, la capacidad de perdonar los pecados y sobre todo el epílogo sobre las muchas cosas que Jesús hizo. Es lógico, entonces, que dicho texto tenga tanta profundidad e, incluso, complejidad.
4.- En los Hechos de los Apóstoles se narra el ambiente de los primeros cristianos. Etapa deseada por todos y que a muchos nos gustaría que, en cierto modo, volviera. Los creyentes vivían unidos «y eran bien vistos por todo el pueblo». Hay un tiempo de fuerza pascual en esos primeros momentos que nos tiene que servir de ejemplo. Nosotros recorremos en estos días las primeras jornadas de la Pascua, ya con Jesús resucitado, llegamos a este II domingo de Pascua, y hemos construir nuestro «tempo» de paz y concordia, en el templo y en la calle. Hemos de actuar, en la medida, de lo posible como lo hacían los primeros cristianos de Jerusalén.
4.- San Pedro, en su carta, habla de que no hemos visto a Jesús y lo amamos. Y así es. La enseñanza trasmitida por los Apóstoles y sus herederos nos ha dado el conocimiento emocionante de Jesús. Y los elementos para reforzar una fe que, sin duda viene de la profundidad del Espíritu.
Y vamos a terminar casi como empezamos Hay gracias especiales en estos tiempos de Pascua. Debemos aprovecharlas. Hemos de poner nuestra mirada espiritual en estos textos que tanto nos ofrecen. No podemos perder la oportunidad. Hemos de leerlos y meditarlos con entrega y esperanza. La Eucaristía diaria, además nos va marcando los pasos de un caminar muy bello. La liturgia se hace felicidad y alegría en estos días.
Ángel Gómez Escorial
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