02 abril 2023

Para la homilía del Jueves Santo

 “Señor, ¿cómo se prepara esta mesa?” 

Han llegado hasta nosotros dos tradiciones distintas que nos hablan de la última cena de Jesús con los suyos. Una tradición es la de la carta a los Corintios y los evangelios sinópticos, y la otra es la cena con lavatorio del evangelio de Juan.

La primera tradición se inserta en la celebración judía de la Pascua. Jesús y los discípulos se encuentran para conmemorar el éxodo del pueblo israelita, su experiencia de salida de la esclavitud y el largo proceso hacia la tierra de la libertad. Jesús y los suyos, como judíos, habían celebrado a menudo esta liturgia, pero la novedad de la última cena está en el gesto insólito que allí ensaya el Maestro al actuar los ritos judíos del pan y la copa, identificándose con ese pan partido y con esa copa ofrecida. Con ello, pone en relación la memoria del éxodo de Egipto (Dios comprometido con la liberación de su pueblo) con la entrega personal. Libertad y donación se requieren mutuamente en el imaginario de Jesús. Para la libertad fuimos liberados y liberados para el sacrificio por nuestros semejantes. Un pueblo de libres que se hace pan de hambrientos.

También la comunidad cristiana celebra hoy su proceso hacia la libertad y su necesidad de ser alimentada en el camino. Dios es el pan y la mesa, y la comunidad cristiana sabe ya que participar de la eucaristía es hacerse ella misma pan, porque quien no se entrega se malgasta, pierde su libertad y arruina la vida.

La cena con lavatorio de san Juan 

En el cuarto evangelio Jesús está sentado a la mesa con sus amigos, como tantas veces lo habían hecho. Las comidas para el Maestro fueron siempre ocasión privilegiada para decir algo más del reino de Dios y hacerlo visible y festivo. Aquellas comidas, sin embargo, no eran situaciones idílicas. El evangelista nos dice que «el diablo estaba en el cuerpo de Judas». Es decir, aquella cena se celebra en medio de los odios, de las envidias y de las violencias que afloran en los grupos humanos (Dios no se inventa el mundo, lo asume como es). En esa situación, la reacción de Jesús, que sabe que «Dios lo había puesto todo en sus manos», pone sus manos a servir y lava los pies de sus discípulos. “Haced vosotros lo mismo”. Este es su testamento.

Toda la vida de Jesús es un camino hacia Dios, pero sin desprenderse de la realidad. Por ello a la comunidad cristiana no se le pide que en esta mesa se aísle, sino que llegue a Dios desde el mundo. Y Jesús añade que al mundo se va «desnudándose» («Jesús se quitó el manto»: «se despojó de su rango»), ciñéndose la toalla y adoptando la actitud del siervo. Porque lavar no solamente es servir, es «hacerse siervos». Libres para ser esclavos.

Dos tradiciones pues que expresan la misma entrega. 

Llegamos este Jueves cubiertos de polvo y Jesús se inclina para lavarnos los pies, tocar nuestras zonas vulnerables («acariciar nuestro talón de aquiles» A. Grün) y curar nuestras heridas. Sentarse a esta mesa es dejarse lavar por el Maestro y lavarse unos a otros los pies, porque la eucaristía es recuerdo y actuación.

Una mesa sencilla a la que todos estamos invitados, pero no podemos prepararla de cualquier modo. Preguntémosle al Señor en este Jueves Santo: “Señor, ¿cómo se prepara esta mesa?”

 Cipriano Díaz Marcos, 

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