A todos nos afecta la ceguera. Porque el ver, el verdadero ver, es inseparable del dirigir la mirada, de saber y querer mirar, y eso es elección del espíritu, de la libertad. Para ver hay que mirar, y mirar es elegir el punto, el objeto al que se dirige la mirada, o sea, el corazón. Porque los ojos, como la palabra y las manos, brotan del corazón, son su prolongación. Vemos lo que queremos ver, lo que amamos y miramos con predilección”. Pero ¡son tantas las veces que nuestra mirada no es nuestra sino que está condicionada! Vemos y miramos, muchas veces, lo que otros, la imposición mediática o incluso nosotros mismos y nuestros propios intereses ocultos o callados, nos dicen que miremos. Miradas super ciales que sólo ven las apariencias, pero no el corazón.
Las opciones que día a día vamos tomando estrechan poco a poco el campo y horizonte de nuestra mirada, a no ser que tiremos la mesa del ajedrez de nuestras vidas y tomemos un rumbo diferente. “Lo esencial –decía “El principito”- es invisible a los ojos… Sólo se ve bien con el corazón…”
La Palabra de Dios nos interpela:
La mirada de Dios no es como la del hombre: el hombre ve las apariencias, pero el Señor ve el corazón» (1Sam 16, 7b)
Papa Francisco:
«Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia. Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe. La cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas esas vidas truncadas por falta de posibilidades nos parecen un mero espectáculo que de ninguna manera nos altera.» (Evangelii Gaudium, 54)
«Quien ha caído en esta mundanidad mira de arriba y de lejos, rechaza la profecía de los hermanos, descalifica a quien lo cuestione, destaca constantemente los errores ajenos y se obsesiona por la apariencia. Ha replegado la referencia del corazón al horizonte cerrado de su inmanencia y sus intereses y, como consecuencia de esto, no aprende de sus pecados ni está auténticamente abierto al perdón» (Evangelii Gaudium, 97)
«La especialización propia de la tecnología implica una gran dificultad para mirar el conjunto. La fragmentación de los saberes cumple su función a la hora de lograr aplicaciones concretas, pero suele llevar a perder el sentido de la totalidad, de las relaciones que existen entre las cosas, del horizonte amplio, que se vuelve irrelevante. Esto mismo impide encontrar caminos adecuados para resolver los problemas más complejos del mundo actual, sobre todo del ambiente y de los pobres, que no se pueden abordar desde una sola mirada o desde un solo tipo de intereses. Una ciencia que pretenda ofrecer soluciones a los grandes asuntos, necesariamente debería sumar todo lo que ha generado el conocimiento en las demás áreas del saber, incluyendo la filosofía y la ética social. Pero este es un hábito difícil de desarrollar hoy» (Laudato si, 110).
PARA PENSAR
Aquí nadie se atreve a mirar de verdad, ni los fariseos con sus prejuicios, ni los padres del chico con sus miedos, ni los discípulos con sus viejas y acríticas tradiciones. Todos ciegos menos el ciego, que simplemente reconoce lo que le ha pasado y de dónde procede su curación, sea quien sea. Todo lo más –dice el chico ya apurado- “es un profeta”… Tenemos toda la inmensa realidad de la naturaleza, de la historia y de la vida de cada día. Todo lenguaje de Dios. Pero, ¿sabemos verlo y nos detenemos a mirarlo? ¿Calamos el corazón o solo vemos lo que queremos ver? Si no vemos donde pisamos, ¿cómo podemos caminar el proceso –camino- de nuestra propia vida? “¿Tenéis ojos y no veis”?, dice Jesús (Mc 8, 18).
• ¿Estás abierto a otras miradas distintas de la tuya?
• Cuando te encuentras con las personas, ¿cómo las miras?
• ¿Qué “cegueras” crees que has tenido en tu vida? ¿Son las mismas de ahora?
• ¿Qué aporta la luz de Jesús a tu mirada?
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