1.- El Señor nunca se dirige a un lugar para quedarse: llega, pasa y siempre con un fin. Y, cuando Jesús pasa, genera sentimientos diferentes. En el que estaba ciego, pero divisaba con el corazón, encontró agradecimiento. En aquellos otros que veían con los ojos, pero no miraban con el corazón, desató reproches, dudas y acusaciones.
2.- Los cristianos, como seguidores de Jesús, no estamos llamados a pasar por el mundo buscando el conflicto pero, tampoco pensemos que vamos a proponer el vivir según el evangelio, sin acarrear suspicacias o críticas. Cuando se levantan voces y medios contra nosotros puede ser, precisamente, porque hay una resistencia a dejar la oscuridad para vivir en la luz, a olvidar la mediocridad para abrazar la perfección o simplemente porque estamos en la línea de Jesús. La denuncia, junto con el anuncio, conlleva incomprensión: el que ve con sus propios anteojos y vive inmerso en sus caprichos difícilmente puede aceptar ni la luz que le ofrecen ni, por lo tanto, al que la trae consigo.
En aquellos, que rodearon al ciego de nacimiento, residía el pecado de la ceguedad mayor de una persona: aún viendo, estaban totalmente cegados para reconocer la mano poderosa de Dios en Jesús.
El ciego de nacimiento, aún sin comprobar con los ojos, supo fiarse y contemplar la belleza de Jesús y su presencia en lo más hondo del corazón. Una vez más se cumple aquello del principito: «a veces lo más esencial es invisible a los ojos».
3.- A nadie, más en los tiempos que corremos, nos gusta ser tratados de “bichos raros”. Reconocer la presencia de Dios (en un mundo donde apenas se sienten sus huellas y escasamente se escucha su voz) conlleva el que, en mas de una ocasión, seamos señalados como ilusos o como ciegos. Como aquellos que vivimos inmersos en un mundo de ilusiones y de imposibles.
Yo, como el ciego, prefiero contemplar desde el hontanar del corazón, a ese Dios que proyecta todos los días una gran película real y misteriosa de su luz frente a la tiniebla, de verdad frente a la mentira, de amplitud de horizontes frente a lo puramente efímero.
La cuaresma, como elemento pedagógico, nos viene muy bien para operarnos de esas cataratas que llevamos en nuestros ojos y que nos impiden ver el paso del Señor en tantas situaciones que nos atañen.
Y, por el contrario, la cuaresma es una buena escalera para descender a lo más hondo de nosotros mismos y descubrir que Dios sigue tan vivo como siempre. Ahí, en el corazón, es donde, como el ciego, decimos: sólo sé que antes no veía y ahora veo.
¿Qué hacer para que muchos de nuestros hermanos pudieran llegar a esa confesión real e impactante? ¡Sólo sé que antes no veíamos nada y ahora vemos! ¿Qué métodos emplear (con láser pastoral y cirugía evangélica incluidos) para que el mundo que nos rodea, lejos de cerrarse en banda, viera lo mucho que gana abriéndose a Dios? ¡Jesús es el más grande oculista que jamás haya existido! El nos puede dar la prescripción adecuada para corregir nuestra visión. En él, todo es ciento por ciento. Y está dispuesto a restaurar nuestra visión para permitirnos ver como él ve.
Que la Pascua, cada día más cercana, sea luz para esta postmodernidad que, por sentirse absolutamente sabia no necesita instrucción divina, por creerse solidaria y justa rechaza la salvación o, creyendo ser honrada, olvida que la mayor honra es la que nos viene de Cristo.
4.- Y para terminar, como otras veces os ofrezco esta oración para el IV Domingo de Cuaresma
¡SOLO SE QUE VEO, SEÑOR!
Sólo sé que, en la oscuridad, me perdía
y, desde que te encontré, he encontrado razones para vivir
Sólo sé que, creía saberlo todo
y, desde que te encontré, comprendí que me faltaba la auténtica sabiduría
Sólo sé que, pensaba contemplarlo todo
y, desde que te encontré, todas las cosas han recobrado otro color
Sólo sé que, me sentía muy seguro de mí mismo
y, desde que te encontré, ya no camino por arenas movedizas
Sólo sé que, ahora más que nunca,
estoy hecho para la vida más allá de la muerte
Sólo sé que, ante tanto fuego de artificio,
sólo Tú, Señor, eres la LUZ verdadera
Sólo sé que, no hay mayor pecado que el cerrarse a la gracia,
sabiendo que Tú la das gratuitamente
Sólo sé que, no por sólo ver,
sigo creyendo y esperando en tus promesas como el mayor de los milagros
Sólo sé qué, vivía en un mundo vacío,
y Tú, con tu paso, lo has llenado todo
Sólo sé qué, mis ojos me dictaban cómo era todo,
y mi corazón me susurraba que le faltaba «Alguien»
Sólo sé qué, aún viendo no te veía,
y ahora sin verte estoy más seguro de conocerte
Sólo sé qué, el mundo puede dar respuesta a mi ceguera física
pero, sólo Tú Señor, eres capaz de abrirme el entendimiento
y el corazón a lo verdaderamente importante.
Ayúdame, Señor, a mirar con amor. A ver las cosas como Tú las ves
Y si es necesario, Señor, opérame con el láser de tu gracia divina.
Amén
Javier Leoz
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario