Por La obediencia de uno solo, todos serán constituidos justos (Rom 5, 19). Está escrito: al Señor, tu Dios, adorarás, y a Él solo darás culto (Mt 4, 10).
Las tres lecturas de este primer Domingo de Cuaresma constituyen un valioso conjunto doctrinal. Las verdades contenidas se complementan y esclarecen dentro del misterio de la culpa original. En efecto, en el pasaje del libro del Génesis se nos cuenta la primera transgresión de nuestros primeros padres. San Pablo, en la segunda lectura, nos dirá que donde abundó el pecado sobreabundó la gracia. Y en el pasaje evangélico contemplamos a Cristo en lucha contra el pecado que seguiría a la aceptación que lo que le sugería el Demonio.
Ahondemos, inicialmente, en el texto bíblico. Dios, al terminar la obra de la creación vio que todas las obras eran buenas, luego el mal, el desorden, todo lo no bueno, no es obra de Dios, sino del hombre mismo; el cual, abusando de uno de los dones más preciosos otorgados por el Creador –la libertad–, le dijo NO; era el primer pecado, ruina original, transmitida como herencia a todos los descendientes de Adán. Un pecado que, aunque perdonado por el Bautismo, sería causa de que la libertad quedase expuesta a flaquear ante las tentaciones y no responder en contra, como había hecho Cristo en el relato evangélico.
Estas tentaciones demuestran, en primer lugar, que existe el tentador y que el mal y el pecado es obra conjunta del maligno y de la libre cooperación del hombre. El demonio existe y actúa de diferentes maneras y con diferentes nombres. El mal se manifiesta con los mismos tópicos simbolizados por la materia en las tres tentaciones: las piedras que se convertirían en pan al conjuro de la palabra, el exhibicionismo al que el hombre es invitado por Satanás, y el arrodillarse ante éste, como expresión nada menos que adorándolo.
Las piedras significarían hoy el materialismo hedonista, nota característica de siempre y muy especialmente de nuestro tiempo: riqueza, gozo sin freno alguno y sin compartir con el que nada tiene; austeridad y renuncia, no; materia, sí; espíritu, no. La Cuaresma representa un momento privilegiado para quien quiere dar a las cosas su auténtico valor. Se trata de un ejercicio tanto más conveniente cuanto el hombre se ha insensibilizado a las cosas del espíritu, víctima de un materialismo invasor. Dios nos espera a todos, donde quiera nos encontremos en nuestro camino, o acaso lo que es peor, marchando fuera de él; es hora de recapacitar. “Corres, dice San Agustín, pero fuera del verdadero camino”.
En la segunda tentación se nos ofrece el placer de un exhibicionismo hueco que busca, ante todo, el aplauso de quienes nos contemplan. El vanidoso exhibicionista pretendería poner a Dios al servicio de la vanidad y el capricho, deseo que no deja de manifestar una mentalidad infantil e infecunda. Significa, además, querer manipular a Dios con el deseo de asegurarse su favor a base de mecanismos pseudorreligiosos. A este propósito, Jesús nos avisa: No tentarás al Señor, tu Dios (Mt 4, 7).
Finalmente, en el colmo del atrevimiento, el “maligno” nos invita a doblar la rodilla ante él y adorarlo. Y esto se lo pedía él a Jesús; de hacerlo le dará todos los reinos del mundo y su gloria. La oferta hecha a Jesús nos la hace también a nosotros y no han faltado quienes la han aceptado. Ahí están los ídolos actuales, sucedáneos del auténtico Dios revelado, ante los que tantos han doblado su rodilla. Negada la existencia del Dios verdadero, pululan por todas partes los diosecillos que convierten la sociedad moderna en politeísta. El “dios” de cada uno es aquello de lo que no quiere prescindir, lo que ama sobre todas las cosas, aquello ante lo que dobla la rodilla. Dime lo que adoras y te diré quién es tu Dios.
Doblar la rodilla ante el Dios de la revelación, es decir, el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, fundamenta la dignidad y grandeza del Hombre, que se siente objeto del amor de Dios Padre. Él nos ha creado a su imagen y semejanza, y nos libera del pecado por Cristo Jesús con la fuerza y vida nueva del Espíritu Santo. Sabemos que todo lo que sustituya a Dios envilece y deshumaniza a la persona, ya que eso es mucho menos que el hombre mismo. Por eso, Jesús nos recordará siempre su respuesta: Al Señor, tu Dios, adorarás y a Él solo darás culto (Mt 4, 10).
Y ahora, Señor y Dios nuestro, te pedimos que aumentes tu gracia en nosotros y así podremos superar las tentaciones del “maligno” y vivir plenamente tu amor y tu amistad.
Teófilo Viñas, O.S.A.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario