Por Gabriel González del Estal
1.- Es evidente que el gran misterio de la encarnación de Dios en el hombre Jesús de Nazaret se realizó en un tiempo y en un espacio único e irrepetible. Pero no es menos evidente que los frutos de aquella encarnación única e irrepetible deben extenderse a los hombres de todos los tiempos. Dios se encarnó por todos nosotros y para todos nosotros. Pero la encarnación de Dios no es únicamente asunto de Dios, sino que, para que sea eficaz, debe ser también asunto y responsabilidad nuestra. Si nosotros no aceptamos nuestra responsabilidad, el misterio de la encarnación se vacía, al menos en parte, de su contenido original y pleno, porque no alcanza el objetivo que Dios, al encarnarse, se propuso. Dios se encarnó para que todos nosotros pudiéramos vivir como auténticos hijos suyos. Mientras haya millones de personas, como las hay, que vivan y mueran sin haber podido disfrutar de la gracia salvadora de Dios, la encarnación de Dios no ha alcanzado aún el objetivo último que Dios se propuso, al encarnarse. Los males del hombre son producto de los pecados del hombre. Dios vino para liberarnos del pecado y para que tuviéramos vida y vida abundante. Pero mientras nosotros nos empeñemos en seguir revolcándonos en nuestro pecado y en nuestra ambición, estamos haciendo imposible que el proyecto de Dios se haga realidad entre nosotros.
2.- Dios no quiere la muerte, ni la miseria de nadie; somos nosotros los que, con nuestro egoísmo, con nuestro orgullo y con nuestra ambición desmedida, hacemos imposible la encarnación de Dios en nuestras vidas. En esta nochebuena, el niño del portal nos habla de humildad, de ternura, de pobreza y de amor. Son los platos más sabrosos que podemos comer en esta noche especial. Humildad para reconocer el pecado que aún anida en nuestro corazón y para reconocer la inmensa miseria que nuestros pecados están sembrando en nuestro mundo. Ternura para saber compadecernos del que sufre, en el alma o en el cuerpo, para no pasar nunca indiferentes ante tantos samaritanos que se desangran y mueren de hambre y de dolor cada día. Pobreza, sobriedad, para no caer en las garras del consumismo, mientras tantas personas no tienen lo mínimo necesario para poder vivir con un poco de dignidad. Amor, porque si no amamos al hermano que vemos necesitado, no podremos ver al Dios que quiso encarnarse en la debilidad de un niño. Sí, la mejor prueba de nuestro amor a Dios es el amor que regalemos a nuestro prójimo.
3.- No olvidemos nunca, y menos en esta noche santa, que Dios no sólo se encarnó por nosotros, sino que quiere encarnarse en cada uno de nosotros, en el altar de nuestro corazón. Ofrezcámosle la posada de nuestro corazón, pidámosle que se quede a vivir con nosotros y entre nosotros y prestémosle nuestras manos para barrer este mundo nuestro. Y hagámoslo todo con humildad, ternura y amor.
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