RECUPERAR LA ESPERANZA
Por José María Martín OSA
1.- La revelación de Dios sobre la resurrección. Los saduceos eran un grupo religioso del tiempo de Jesús. No creían en la resurrección y quieren ridiculizar esta creencia. La fe en la resurrección de los muertos fue arraigándose poco a poco en el pueblo de Israel. En un principio creían que los muertos iban al sheol, un lugar de reposo, pero sin vida. Es en el siglo II a.C., en el Libro II de los Macabeos, cuando se afianza esta creencia. Anteriormente ya el profeta Ezequiel había apuntado la posibilidad de la vida después de la muerte con la metáfora de los huesos secos que vuelven a revivir. También el Libro de Job afirma que Dios no premia en esta vida si no en la otra. Encuentra así una explicación al problema de la remuneración por nuestras obras. Posteriormente, el Libro de la Sabiduría, en el siglo I a. C. es un canto a la vida después de la muerte terrena. Dios es un gran pedagogo, por eso su revelación va adaptándose al comprender del hombre. Sin embargo, como ocurre en nuestra tiempo, no todos los hombres y mujeres se abren a la posibilidad de otra vida. Otros simplemente dicen "que algo tiene que haber"....., pero que es imposible llegar a conocerlo.
2- Ser "testigos de nuestra fe". El libro de los Macabeos, o de "los mártires judíos" afirma en boca del cuarto hijo "vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se espera que Dios mismo nos resucitará". Los 7 hermanos, alentados por la madre, dan la vida en defensa de su fe y la ley de sus padres. No les importa perder la vida en este mundo, pues esperan que Dios les premie con la vida eterna. La fidelidad a Dios es fundamental. Ya en la Carta II a los Tesalonicenses Pablo confía en el Señor, que es fiel y nos da las fuerzas para luchar. La seguridad que nos da Cristo es la base de la constancia en medio de las dificultades y las persecuciones. Hoy nosotros también pasamos por pruebas e impedimentos en la vivencia de nuestra fe. El principal obstáculo es la sociedad materializada y superficial en la que vivimos y cuy ambiente nos arrastra. Mártir significa testigo, ¿cómo podemos ser hoy testigos convincentes de nuestra fe?
3. - Semillas de esperanza. La vida que nos espera se sitúa en otra dimensión. Por eso Jesús dice que allí no importa el estar casado o no. No sabemos cómo será, pero sí tenemos la seguridad de que se trata de una Vida Plena. Estaremos en presencia del Padre y gozaremos de su Amor para siempre. Es el destino de nuestra vida. Siempre nos asusta lo desconocido. Cualquier cambio supone una ruptura con lo conocido y por eso nos resistimos a abandonar nuestras seguridades. Pero el cristiano no debe temer a la muerte, "la hermana muerte", en expresión de San Francisco. Es nuestra meta, es una puerta que se abre a una vida sin fin. Cuando llega la hora de nuestra muerte dejamos a un lado lo viejo para abrirnos a una vida nueva. San Agustín expresó muy bien el sentido de nuestro peregrinar por este mundo y el deseo inmenso que tiene el hombre de plenitud con esta frase: "Nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón están inquieto hasta que descanse en Ti". Debemos ser hombres colmados de esperanza, una de las tres virtudes teologales, quizá la más olvidada. La esperanza no defrauda, nos dice San Pablo, "porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestras corazones". El garante de nuestra esperanza es el propio Cristo. La esperanza produce sosiego, tranquilidad y alegría. ¿Es nuestra esperanza verdaderamente alegre? El mundo espera de nosotros que le aportemos el sentido de la vida, la felicidad de vivir, la alegría de Dios. Nuestro mundo necesita la esperanza. ¿Somos nosotros con nuestra vida semillas de esperanza?
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