02 noviembre 2022

Reflexión domingo 6 de noviembre: LA RISA DE LOS “ENTENDIDOS”

 LA RISA DE LOS “ENTENDIDOS”

Por Gabriel González del Estal

1.- Los saduceos del evangelio y los torturadores del libro de los Macabeos se reían de Jesús de Nazaret y de los siete niños macabeos, porque estos creían en la resurrección de los muertos. La sociedad en la que vivimos hoy nosotros es mayoritariamente saducea. La mayoría de la gente anda hoy tan preocupada por vivir bien en esta vida, que no tiene tiempo, o no quiere tenerlo, para pensar en otra vida, después de la muerte. No sólo esta mayoría de la gente vive sin pensar para nada en la otra vida, sino que actúan a la defensiva y como enfadados cuando alguien les dice que para él esta vida tiene un valor sólo relativo, en relación con la vida eterna que les espera. Y hasta se mofan y se ríen de los que hablamos y predicamos sobre el valor supremo de la vida eterna. Dentro de la Iglesia, naturalmente, no encontramos este tipo de reacción, pero si salimos a la calle o entramos en el gran bullicio del mundo, comprobaremos que el hablar de la vida eterna produce en la mayoría de la gente una especie de desprecio arrogante y descalificador. Nos miran, o nos apartan, como el que se aparta de una persona perturbada o peligrosa. Son los “entendidos” de la sociedad: para ellos lo único que vale es lo que produce dinero o placer material e inmediato; lo demás son monsergas o discursos de gente atrasada y conservadora. Los discípulos de Jesús de Nazaret no debemos dejarnos amedrentar por esta gente tan “entendida y progresista”. Nosotros sí creemos en la resurrección de los muertos.

2.- Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se espera que Dios mismo nos resucitará. Es cierto que el motivo que movía a los niños macabeos a dejarse matar nos parece hoy a nosotros, los cristianos, un motivo insuficiente y hasta ridículo. El comer o no comer carne de cerdo, diría Jesús de Nazaret, no puede manchar al hombre por dentro; lo que mancha al hombre por dentro son los malos pensamientos y las malas acciones. Pero el tema no es ese; el tema es que los siete niños mártires prefirieron morir, antes que hacer lo que creían que no se debía ni podía legalmente hacerse, sin renunciar a la vida eterna. Ellos sí creían en la resurrección y sabían que el Dios de sus padres les resucitaría a una vida plenamente feliz, si, en esta vida, actuaban de acuerdo con su ley y con su conciencia. Los niños mártires macabeos son un ejemplo de coherencia y fidelidad a una fe que les abría las puertas de una resurrección a la vida eterna.

3.- La fe no es de todos. No dice aquí el autor de esta carta a los tesalonicenses que la fe no sea un don que Dios regala a todos; lo que dice es que, de hecho, entre los tesalonicenses muchos no tenían la fe que él les había predicado. El autor califica a estas personas que no tenían fe, como a personas perversas y malvadas, porque, de hecho, estas personas están persiguiendo a los discípulos de Señor y están actuando en nombre del Maligno. Tampoco entre nosotros la fe es de todos, sin que esto quiera decir que nosotros nos atrevamos a calificar de perversas y malvadas a todas las personas que no piensan y no creen como nosotros. Nos limitamos a pedir al Señor que les abra los ojos del corazón y de la inteligencia para que reconozcan y crean que nuestro Dios, el Dios Padre de Jesús de Nazaret, es el Dios de todos.

4.- No es Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos están vivos. La vida en la que creemos los cristianos comienza, pero no termina; es vida inmortal. La misión más claramente reseñada y ensalzada que Jesús de Nazaret realizó mientras estuvo en este mundo fue la de dar vida. Dio vida a los enfermos, a los pecadores, a las personas marginadas, a todos los que sufrían y tenían hambre y sed de pan y de justicia. Vivió y murió luchando contra los enemigos de la vida, contra los que explotaban al huérfano y a la viuda, contra los que lapidaban a las mujeres pecadoras, contra los que despreciaban al pobre y al marginado. Jesús de Nazaret fue siempre amigo de la vida, dador de vida, como su padre, Dios. Los cristianos debemos ser siempre y en todas partes amigos y defensores de la vida, de toda vida, desde el momento mismo en que esta es concebida. Amigos de esta vida, en la tierra, y de la otra vida, en el más allá. Porque creemos en la resurrección de los muertos. Aunque se rían los “entendidos” de nuestra sociedad.

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