LA NATURALEZA NO PERDONA NUNCA
Por Ángel Gómez Escorial
1.- Hace unos años, en un día bochornoso y muy feo del verano mediterráneo, don Vicente Sánchez Gómez, hoy párroco emérito de San Francisco de Asís, en El Altet, Alicante, España, me dijo: “Dios perdona siempre, el hombre de vez en cuando, la naturaleza, nunca”. Y la frase, que no sé si es conocida y habitual, quedó en mi memoria grabada indeleblemente. Este año, en esa misma costa alicantina, a la que viajo frecuentemente desde Madrid, para buscar paz y descanso, unas enloquecidas lluvias habían dejado la playa llena de cañas, de cañizos que habían arrancado de raíz. La visión tenía algo de final, de apocalíptico. Y es que los cauces de los ríos y el curso de los barrancos no habían sido limpiados y las abundantes plantaciones de cañas silvestres habían servido, empujadas por el agua torrencial como un agente destructor de extraordinaria violencia. Es frecuente que se construya en los cauces de los ríos y, entonces, cualquier crecida convierte en tragedia una cuestión que no debería serlo. Es posible, pues, que la naturaleza no perdone nunca.
El fin del mundo es para muchos “su” fin del mundo. Estamos acostumbrados a asistir impasibles, gracias a la televisión, a imágenes tremendas de la naturaleza desatada. Todavía pueden recordarse los efectos del huracán Katrina sobre la ciudad –todo un referente—norteamericana de Nueva Orleáns. Ni el poderío de Estados Unidos pudo paliar los efectos terribles de la naturaleza que no perdona y sus efectos quedaron visibles muchos años, tal vez para siempre. Es obvio que para muchos de los testigos –de los que sobrevivieron—los efectos del Katrina les parecerían como el fin del mundo…
2.- Jesús de Nazaret habla en el evangelio de hoy de un fin del mundo. Pero deberíamos hacer una salvedad. Habla del fin del mundo para hablar del inicio de un nuevo mundo. Igual que cuando Él habla de muerte hace referencia inmediata a la resurrección. No se dedica a hacer unas profecías siniestras que solo traen miedo. Advierte de que las cosas pueden ser extraordinariamente difíciles en algún momento, pero que no durarán siempre así. El epílogo, el final de los finales, traerá un tiempo mejor, una felicidad que ya no cesará nunca. Pero es obvio que, por ejemplo, el planeta Tierra como entidad finita un día morirá, igual que en otro día nació y poco a poco fue desarrollándose para convertirse en la casa telúrica de la humanidad. Y como no sabemos si, cuando eso vaya a suceder, el género humano habrá sido capaz de asentarse en otros planetas, pues ese sería un fin del mundo, pero, probablemente, el no definitivo. También lo que hoy nosotros llamamos universo pues terminará algún día…Tanto da. Jesús de lo que habla es de dificultades ante un tiempo fronterizo que después traerá la eternidad. Y eso se parece, por ejemplo, a nuestra muerte. El tránsito no es fácil, pero al otro lado están los brazos amorosos del Padre que nos esperan para abrazarnos por toda la Eternidad. Eso es lo que importa.
3.- Jesús busca que reflexionemos. Estamos acabando un ciclo. Y es cierto que en nuestra vida, además de los litúrgicos, se acaban muchos ciclos y, entre ellos, el de la vida. Pero se abre ante nosotros otro. En este caso es el Adviento. Otro tiempo fuerte de nuestra liturgia que nos lleva a la Natividad. Y es que el nacimiento de Jesús en la Tierra abrió una nueva época y una nueva realidad. El Reino del Amor substituyó al reino de las tinieblas que una muy mala deriva del género humano había provocado. Era la plenitud de los tiempos y el amor divino nos ofrecía el cambio. Por ello, un año más debemos prepararnos para ese cambio y no perder la oportunidad de modificar nuestras vidas, de dejar los viejos modos –casi siempre tenebrosos—y abrirnos a la Buena Nueva que nos trae paz, amor, esperanza y sabiduría divina.
De todos modos tampoco es mal enseñanza para estos días de espera que no “ofendamos” a la naturaleza, que no contribuyamos con nuestra ignorancia y brutalidad a la destrucción de nuestra casa terrena. Ahí está el previsible cambio climático creado por el mal uso humano y por el egoísmo permanente y reconcentrado. La mayor parte de los desmanes ecológicos se producen por avaricia, por sacar a la Tierra más de lo que puede dar. Y, en fin, ya se sabe: la naturaleza no perdona nunca.
4.- Pablo de Tarso, en su carta a los Tesalonicenses pronuncia una frase definitiva: “el que no trabaja, que no coma”. Y es que la espera de la Segunda Venida de Jesús convirtió en haraganes a algunos de los miembros de la naciente iglesia de Tesalónica. Los “excesos de los creyentes” se han dado en todas las épocas. Y hay muchos, pero que muchos, que confían en que Dios les arregle todo y mientras tanto no dan ni un palo al agua. De ahí viene el excelente refrán castellano de “a Dios rogando y con el mazo dando”. Y hay un consejo de Jesús mucho más fuerte, aún, que ese refrán. Lo dice claramente. “Cada día tiene su afán” El trabajo, sobre todo si tiene su trasfondo de ayuda a los demás, a la familia, a la sociedad, es el mejor modo de pasar las horas esperando lo que sea, incluso el fin del mundo. Pero es que resulta cierto que en torno a muchas cuestiones “espirituales” o esotéricas hay mucho vago que se mal gana la vida sin dar un palo al agua y engañando permanentemente a los demás.
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