19 octubre 2022

XXX Domingo del TO-Reflexión

 

Miguel P. León Padilla

1L.-Sólo Dios es justo sin parcialidad. Ese alto concepto de la justicia de Dios que no admite sobornos ni conoce la acepción de personas, ni acepta sacrificios y plegarias en favor de la injusticia.

2L.-Pablo es ya un anciano que está en la cárcel y espera la sentencia de muerte. Recuerda su vida, como un atleta que piensa en los incidentes de su carrera. Está contento porque ha sabido mantener encendida la antorcha de la fe hasta llegar a la meta. Ahora confía recibir la corona merecida, la que el Señor tiene preparada para cuantos aman su venida.
Ev.- Jesús intenta hacer reflexionar a los que se tienen por justos ante Dios con la parábola de la oración del fariseo y el publicano.
PARA LLEVAR A LA VIDA
Jesús dirige esta parábola a quienes se tienen por justos y desprecian a los demás. Y trata de mostrar la diferencia que existe entre la verdadera y la falsa piedad.
El fariseo y el recaudador de impuestos, o publicano, son dos tipos radicalmente opuestos: el primero representa la piedad oficial, y goza de buena fama; el segundo es un "pecador reconocido", y se le considera "mala gente".
El fariseo comienza su oración, según costumbre judía, dando gracias a Dios. Pero no con humilde gratitud por las maravillas de Dios, sino con arrogante satisfacción por sus logros personales.
No miente: es verdad que como buen fariseo es fiel cumplidor de la ley; e incluso hacía obras de supererogación (que no estaban mandadas), como ayunar dos veces por semana y pagar diezmos de todo cuanto tenían. Pero lo hace de modo autosuficiente, y suplica sino que exhibe sus méritos y exige correspondencia del Cielo. Además desprecia a los que no son como él. "Yo solo soy bueno, yo solo ni más ni menos".
Sin embargo, el publicano se sabe indigno de presentarse ante Dios y pedirle nada que no sea el perdón, sólo tiene ante sus ojos sus pecados. No se compara con nadie y no denuncia los defectos ajenos. Con sentida y sincera humildad pide perdón. Esa actitud cautiva a Dios, que resiste a la soberbia de los que se creen buenos .
La conclusión es que ante Dios nadie puede arrogarse méritos y en el cumplimiento de su voluntad nadie es perfecto por lo que la actitud adecuada es la humildad de quien se sabe amado gratuitamente y necesitado de la misericordia divina.
Desechemos la soberanía espiritual y sirvamos con sencillez

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