Por José María Maruri, SJ
1.- Alguien ha dicho que todos tenemos un doble entre los personajes del Evangelio. Lo malo es que los comentaristas se fijan solo en los grandes: Pedro, Juan, Santiago… y, entre líneas, se pierden esos pequeños entre los que nos encontraríamos a gusto. Los camareros de las bodas de Caná de Galilea, aquel muchacho que prestó sus panes y dos peces al Señor, la eficaz suegra de Pedro, los camilleros que bajaron al paralítico por el agujero de la terraza.
¿No sería una bonita historia de la Iglesia? Reunión del pueblo pequeño de Dios, la historia que no nos contase la vida de sus grandes, sino de los pequeños: de los cocineros del Vaticano, del chofer del Papa, del dentistas de nuestro Cardenal, de la madre, viejecita y piadosa, de esos mismos grandes. Sería una historia más real, mucho más emotiva y más cercana a nosotros. Y entre ellos encontraríamos a nuestro doble.
2.- Pues este leproso de hoy, el que vuelve, el que se le olvida presentarse a la administración central religiosa y prefiere correr a los pies de Jesús y darle gracias a Dios, es uno de esos pequeños.
Un hombre que fue niño, que corrió tras los ovejas asustándolas, que tiró del rabo al perro pastor que se volvía a lamerle la cara con cariño, que tenía sus mejores sueños en los brazos de una madre joven, hasta que unas pequeñas pústulas le acusaron de leproso. Y se vio abandonado de sus padres, hermanos, vecinos, representantes de la religión, que le borraron de todo registro civil o religioso y hasta del libro de la vida.
3.- Este hombre al verse curado comprendió que más importante que presentarse a la administración religiosa que, en su día, le había marginado, era el correr a tirarse a los pies del Señor, en el que encontraba una acogida, una sociedad nueva que le recibía, una administración religiosa desadministrada que le aceptaba.
Y Jesús no le vuelve a decir que se presenta a los sacerdotes. Sólo de dice: “Tu fe te ha salvado”.
--No te ha salvado tu partida de bautismo,
--no te ha salvado estar casado por la Iglesia
--no te ha salvado la rutina en los sacramentos
--no te han salvado los sabios consejos de los administradores de la religión oficial, ni los
círculos de estudio, ni la formación permanente.
Te ha salvado tu fe.
Porque hay sacramentos de puro trámite social, bodas pagano-católicas, bautizos civiles, primeras comuniones verbeneras, funerales de cumplimiento.
Tu Fe te ha salvado.
Los otros nuevos leprosos se perdieron en fárrago de la administración y olvidaron lo más importante, el agradecimiento al que les curó. Fe en Él y en el Dios que predicaba. Ellos, que cumplieron un trámite, perdieron una fe.
Cuando el cumplir sustituye a la fe, se pierde la fe. Y no pocas veces somos los administradores religiosos los que ahogamos la fe bajo el peso de los legajos y documentos que exigimos para cumplir.
Cuando se cae en la rutina administrativa de la fe, pasa lo del sacristán, que empieza temiendo a Dios, sigue sin temer a Dios y acaba Dios temiendo al sacristán. Cuantas veces Dios temerá nuestra administración religiosa…
Que sea la fe la que nos salve, porque la administración no lo va a hacer.
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