27 octubre 2022

Reflexión domingo 30 octubre. ¿IGLESIA DE LOS POBRES?

 ¿IGLESIA DE LOS POBRES?

Por Antonio García Moreno

1.- "Te compadeces de todos, porque todo lo puedes, cierras los ojos a los pecados de los hombres para que se arrepientan" (Sb 11,23) Señor, el mundo entero es ante Ti como un grano de arena en la balanza, como una gota de rocío mañanero que cae sobre la tierra. Tu grandeza es infinita. Tú estás por encima de los más lejanos e invisibles sistemas planetarios, estás dentro de los componentes ínfimos del átomo. Lo que es un misterio para la inteligencia de los hombres, es para ti una realidad clara y sencilla.

Es lógico que desde tu majestad suprema mires compasivamente a este pobrecito pigmeo que es el hombre. Y que te sientas inclinado a perdonar su absurda soberbia. Lo mismo que nosotros nos sentimos inclinados a comprender las mil ocurrencias y travesuras de un niño pequeño.

Tu compasión no tiene límites porque ante todo eres Amor. Por eso cierras los ojos a los pecados de los hombres, disimulas y esperas. Confiando que algún día ese niño travieso caiga en la cuenta de tu infinito cariño por él, y deje de ofenderte quebrantando tu Ley.

2.- "Por eso corriges poco a poco a los que caen, a los que pecan les recuerdas su pecado, para que se conviertan y crean en ti..." (Sb 12, 2) Otras veces cambias de táctica. Y en lugar de cerrar los ojos y de disimular, coges al niño en tus brazos y le das una azotaina. Tratas de corregirle poco a poco, recordándole tu deseo de que se enmiende, de que cambie de actitud y no siga haciendo fechorías.

Quieres que el niño no corra peligro, que no se arriesgue tontamente a perder su vida. Por eso le recuerdas su falta. Haces que la conciencia se le despierte, que el niño se dé cuenta de que está obrando mal... Sería absurdo pensar que intentas fastidiarnos cuando Tú, a través de lo que sea, nos recuerdas que estamos obrando mal.

No, tú sólo buscas nuestro bien. Tú sólo deseas que no sigamos recorriendo un triste camino que termina en la muerte definitiva. Tú, compasivo hasta el infinito, nos llamas con paciencia, nos castigas suavemente, o duramente, pero sólo para que nuestra fe se reavive, sólo para que volvamos nuestros ojos hacia los tuyos e imploremos perdón.

2.- "Día tras día te bendeciré, Señor, y alabaré tu nombre por siempre jamás..." (Sal 144, 2) Día tras día, metidos en la continuidad ininterrumpida del tiempo, desgranando con ritmo uniforme cada uno de los minutos que el reloj nos va marcando. En todo momento tendríamos que tener en la boca, mejor aún, en el corazón, una bendición y una alabanza a Dios nuestro Señor. También cuando los días son tristes y sombríos, también cuando la noche se nos echa encima. Entonces, diría yo, que con más motivo. Porque si es lógico que cuando van bien las cosas alabemos a Dios, cuando algo va mal es más necesario que acudamos a quien nos puede sacar del peligro y cambiar lo peor en lo mejor.

En esos momentos difíciles también es adecuada la plegaria de alabanza y gratitud. Así diremos al Señor que, aunque nos encontremos en apuros, le amamos y aceptamos la dificultad por amor a él. Con esa alabanza pedimos, sin pedir, que tenga piedad de quien todo lo espera de su amor y poder.

"El Señor es fiel a sus palabras, bondadoso en todas sus acciones..." (Sal 144, 13) Jesús nos dice que vayan a él todos los que estén cansados y agobiados, para que puedan encontrar la paz del alma. Nos dice también por el profeta Isaías que aunque todas las madres se olvidaran de sus hijos, él no se olvidará de nosotros. Afirma, además, que no hay amor más grande que el de quien da la vida por la persona amada. Por último, san Juan define a Dios afirmando que Dios es Amor.

Si estas palabras las dijera un hombre nos quedaríamos quizá impasibles, pues sabemos que las palabras humanas se quedan sólo en eso, en palabras. Pero en el caso de Dios es distinto. Su palabra responde a una realidad, encierran siempre una realidad. Cuando él habla, estemos persuadidos de que lo que dice es verdad.

Reflexionemos en esas palabras, lleguemos por los caminos del silencio interior hasta la cumbre del amor divino, hasta este Dios y Señor nuestro que nos espera, deseoso de curarnos y de fortalecernos, de colmarnos con la dicha inefable de su grande y único amor.

3.- "Hermanos: siempre rezamos por vosotros..." (2 Ts 1, 11) Una súplica continua que sube hasta Dios, una oración permanente que intercede por nosotros ante el Señor. La Iglesia levanta sus manos hacia el cielo, implorando sin cesar la misericordia y la bendición del Altísimo. Todos los sacerdotes tienen encomendada, como una obligación grave, la tarea de rezar por el pueblo de Dios. Y muchas almas sacrifican sus vidas para dedicarse de forma preferente a orar por la Humanidad.

Ruegan --como decía Pablo-- para que Dios nos considere dignos de nuestra vocación, para que con su fuerza nos permita cumplir nuestros buenos deseos y llevar a cabo la tarea de vivir la fe, para que así Jesucristo sea nuestra gloria y, al mismo tiempo, nosotros seamos la gloria de Dios... Sí, hay quienes rezan por nosotros. Pero tengamos en cuenta que Dios que nos creó sin nosotros, no nos salvará sin nosotros. Por eso no olvidemos que, si no ponemos de nuestra parte lo que podamos, todos esos ruegos y oraciones no nos servirán de casi nada.

"Os rogamos a propósito de la última venida de nuestro Señor..." (2 Ts 2, 1) El Apóstol, después de rogar a Dios que mire a los hombres, se dirige a los hombres para rogarles que miren a Dios. Lo mismo sigue haciendo nuestra Santa Madre la Iglesia con cada uno de nosotros. Después de dirigirse al Señor para interceder, se dirige a los hombres para recordarnos cuál ha de ser nuestra actitud para con este Dios que tanto nos ama. Pablo les dice a los fieles de Tesalónica que no pierdan la cabeza ante supuestas revelaciones. Y es que en aquellos días surgieron algunos que predicaban que el fin del mundo estaba cerca. Ante esto los cristianos se sentían inquietos, desesperados algunos, impacientes otros.

El Apóstol les recomienda serenidad y que lleven una vida ordenada, que trabajen con empeño y sosiego. Lo cual no quiere decir que se olviden de que el Señor ha de venir, sino que precisamente por eso han de portarse con honestidad, han de llevar una vida laboriosa. También a nosotros nos ruega la Iglesia que adoptemos esa actitud de forma habitual. Para que cuando llegue el Señor, sea cuando sea, nos encuentre preparados, cumpliendo con amor el deber, grande o pequeño, de ese preciso momento.

4.- “Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico...” (Lc 19, 2) Se ha venido insistiendo en ciertos sectores en hablar de la Iglesia de los pobres, de modo a veces exclusivista. Se ha considerado que sólo aquellos que nada o muy poco tienen son dignos de la atención y el desvelo de la Iglesia. Con ello se ha caído en un defecto que se quería combatir, el concebir a la Iglesia como una sociedad clasista. Si antes se consideraba que la Iglesia era sólo de los ricos, ahora se pensaría que sólo es de y para los pobres.

Como es lógico, ambas concepciones son parciales y extrañas a la mente de su fundador, nuestro Señor Jesucristo. Sólo se podría hablar de la Iglesia de los pobres en el caso de concebir la pobreza en su verdadero y evangélico sentido, la pobreza que consiste en necesitar a Dios, la indigencia del que se siente pecador y necesitado del perdón divino, o la del que se ve pequeño y débil y recurre al Señor como única fuerza capaz de salvarle, en definitiva se trata de la pobreza del que nada tiene y todo lo espera del Padre eterno. De ahí que en el Evangelio se diga que Cristo ha sido enviado para evangelizar a los pobres, o que ha venido para salvar a los pecadores, o también que es preciso ser como niños para entrar en el Reino, o dichosos los pobres porque de ellos es el Reino de los cielos.

Un caso ilustrativo de esta doctrina es el caso de Saqueo, que hoy nos presenta el Evangelio del día. Era un mal ricachón que amontonó riquezas a costa de los demás. Él mismo lo reconoce cuando habla de compensar a quienes ha defraudado. Ese reconocimiento de su condición de pecador, esa necesidad que sentía del perdón divino, era precisamente su pobreza, la actitud de humildad profunda que Jesús admira y bendice. Por eso, el Señor se compadeció de él, por eso se hospedó en su casa ante el escándalo de quienes consideran un baldón entrar en la casa de un pecador semejante. Ante la cercanía del Señor, Zaqueo comprende su lastimosa situación y se arrepiente de sus pecados de una forma sincera y valiente. Promete ante todos devolver con creces lo que había robado, pues comprende que sin restitución no hay perdón para quien ha robado. Además promete entregar la mitad de sus bienes a los pobres.

Había comprendido el verdadero interés de Jesucristo por los pobres, había entendido en poco tiempo que era imposible ser discípulo del Señor y no preocuparse de remediar las necesidades de los demás. Es la misma doctrina que la Iglesia ha venido pregonando a lo largo de su historia, es la misma preocupación por las necesidades de los pobres, que ha vivido el corazón de tantos cristianos que han sabido practicar la justicia y la caridad con aquellos que tenían necesidad de ser remediados. En ese sentido se puede hablar de la Iglesia de los pobres, ya que ellos siempre han ocupado un lugar importante en la vida de la Iglesia, manifestada sobre todo en esas instituciones y ordenes religiosas que se han volcado, y se vuelcan, en los pobres. Pero ello no nos puede inducir a despreciar a nadie, y menos a los que carecen de los bienes más importantes, los de la comprensión y del perdón divino.

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