PARA SER DISCÍPULOS
Por Gustavo Vélez, mxy
1.- “Mucha gente acompañaba a Jesús y él les dijo: Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser mi discípulo”. San Lucas, Cáp. 14. De un santo fraile del siglo XVII leemos: “Asiduo a los ayunos y penitencias, se excedía igualmente en la oración, de tal manera que apenas tenía trato con los hermanos. Sin embargo, algunos lo sorprendieron en su celda, cantando al son de la vihuela que siempre llevaba consigo”.
Parece que el cronista identifica como santidad lo primero de su biografiado y como imperfección lo segundo. Una herencia de aquel dualismo griego y también de la filosofía estoica, que tanto marcaron el cristianismo en tiempos pasados. Se entendía al hombre como un compuesto de cuerpo y alma. Y cuanto contribuyera a rebajar a aquél tratando de liberar el espíritu, era considerado virtuoso. Sin embargo las cosas no son así. Cuando Dios se hizo hombre santificó todo lo nuestro.
2.- Por lo cual aquella enseñanza de Jesús: “Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío”, hemos de asimilarla dentro de un marco plenamente humano. No somos ángeles disminuidos ni animales promovidos, como apunta un autor. Somos sencillamente hombres y mujeres.
Para ser discípulos suyos el Señor nos presenta tres etapas: En primer lugar, tomar la cruz. Los rabinos nunca se refirieron de modo figurado a este “tormento crudelísimo”, que los fenicios inventaron y adoptaron más tarde muchos pueblos.
Fue original de Jesús la comparación de la cruz con nuestro deber diario, el cual, en ciertas circunstancias, pesa enormemente. Además el relato de otros evangelistas nos presenta una segunda condición: “Niéguese a sí mismo”. Aquí el Señor se refiere a un orden de vida. No se trata de rechazar todo lo placentero, pero sí aquellas fuerzas negativas que conducen al mal. Y en tercer lugar Jesús nos invita a caminar detrás de él. Los evangelistas usan aquí un verbo griego que significa literalmente “ser acólitos de Dios”, el cual se repite hasta 79 veces en el Evangelio. Se nos habla de una cercana compañía. De una disposición para servirle en todo momento. Pero ese Cristo invisible se nos descubre en los cristos visibles que son los pobres.
3.- Vale también pensar que en todos los pasajes donde Jesús habla de renuncia, - un término que podríamos traducir por intercambio - no se refiere nunca a destrucción. Nos presenta el negocio de la salvación, para el cual es necesario abandonar aquellos elementos que nos devalúan, para atesorar bienes reales. Dejar de lado ciertos valores inferiores, a cambio de otros excelentes. En cuya elección juega un papel primordial la conciencia.
Es el itinerario de quienes, pobres y frágiles, aceptamos al Señor. Es el proceso de un niño hacia la mayoría de edad. Un día decide economizar dulces para adquirir luego un juguete. Pero más adelante éste no vale, pues aspira a comprar unos patines. Luego podría negociar éstos para hacerse a una bicicleta. Y cuando necesite un costoso libro de química, renuncia a la bicicleta, pues es más importante su carrera. Y así más tarde, cuando abandone el hogar para formar una nueva familia.
Así en la vida de la fe. Nos la pasamos negociando, hasta lograr los bienes definitivos y eternos que el Señor nos promete.
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