UN ALTO PRECIO, PERO NO EQUITATIVO
Por Antonio García Moreno
1.- "¿Qué hombre comprende el designio de Dios, quién comprende lo que Dios quiere...?" (Sb 9, 13) Los planes de Dios, sus intenciones, sus pensamientos están ocultos a los hombres. Los deseos, las motivaciones humanas son más o menos previsibles. Muchas veces sabemos lo que nuestro interlocutor piensa con sólo mirarle a los ojos. Sabemos qué es lo que desea, qué es lo que está buscando. Con Dios no ocurre lo mismo. Él se escapa a nuestras previsiones, está por encima de nuestros cálculos. Y a menudo nos sorprende su forma de actuar, nos extraña quizá su pasividad, su prolongado silencio. Y nos preguntamos, inútilmente, el porqué de las cosas.
Hoy nos dice el sabio inspirado por Dios: Los pensamientos de los mortales son mezquinos y nuestros razonamientos son falibles; porque el cuerpo es el lastre del alma y la tienda terrestre abruma la mente del que medita... Por eso ante Dios sólo nos queda en ocasiones el silencio por respuesta, la aceptación rendida de cuanto Él quiere disponer. Conscientes de que sus planes son siempre justos e inapelables. Contentos al pensar que, además de inteligente como nadie, Dios es sobre todo amor.
"Pues, ¿quién rastreara las cosas del cielo, quien conocerá tu designio?" (Sb 9, 17) Señor, si tus planes están escondidos para los hombres, Tú puedes mostrarlos con el fulgor de tu luz, esa luz que luce en las tinieblas y que las tinieblas no sofocaron, esa luz verdadera que, con su venida a este mundo ilumina a todo hombre.
Sí, la tierra oscura, sumergida en la negra noche, ha visto surgir la luz. El día ha despertado y todo brilla en mil colores y formas. La luz, tu luz nos ha penetrado en el alma, sembrando el gozo y la alegría en nuestros corazones, porque sabemos lo que buscas, lo que intentas desde el principio de los tiempos.
Salvar a los hombres, a todos. Esa es tu voluntad, tu deseo de universal salvación. Y para que esa redención no fuera como una limosna que nos humillase, permites que podamos cooperar a nuestra propia salvación, conquistar con nuestro pequeño esfuerzo, sostenido por tu gracia, ese Reino maravilloso que tú has proclamado.
2.- "Tu reduces el hombre a polvo..." (Sal 89, 3) Así acabaremos todos, convertidos en polvo sucio entre los jirones podridos de una mortaja. Un día u otro la muerte llamará a nuestra puerta y le tendremos que abrir sin más remedio, dejando que nos robe la vida por joven y feliz que sea.
Nuestra vida pasa como una nube que no deja huella en el firmamento, como el humo que el viento disipa y borra. Para Dios, nos dice también el salmo, mil años son como un día que ya pasó, como una vigilia nocturna que acaba con el alba. Nuestro tiempo es como la flor del campo que por la mañana florece y por la tarde se cierra arrugada y marchita ya.
Nos parece que vamos a vivir siempre, o nos parece que todavía nos quedan muchos años por delante. Vivimos sin pensar en la muerte, sin darnos cuenta que el tiempo se nos va para no volver, sin enterarnos que estos años de aquí abajo son tan sólo el tránsito obligado para llegar al puerto definitivo, al destino de nuestro viaje.
"Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato" (Sal 89, 12) Si comprendiéramos el verdadero sentido de nuestra vida, tendríamos un corazón sensato y no este nuestro loco corazón, tan sin rumbo a menudo, volando por derroteros de perdición. Por eso malgastamos neciamente el capital de nuestro tiempo. Y lo que nos habría de servir para alcanzar la felicidad eterna, sólo sirve para arruinarnos en esta vida y en la otra.
Somos como niños inconscientes que tienen entre sus manos diamantes de alto precio que, sin saber lo que valen, los tiran para cortar tangencialmente el agua. Se nos pasan así los días, sin pena ni gloria, caminando con las manos vacías hacia el tribunal de Dios.
Vamos a despertar de nuestra somnolencia, vamos a pensar en lo poco que vale esta vida si no la usamos para ganarnos la otra, esa que nunca acabará y que está hecha de gozo y de paz. Aún estamos a tiempo para vivir como quien ha de morir. Sólo así moriremos como quien entonces va a comenzar a vivir.
3.- "Yo, Pablo, anciano y prisionero por Cristo Jesús..." (Flm 9) La carta a Filemón es la más breve de todas las que escribe san Pablo. La más breve y podemos decir que también la más entrañable, la más efusiva, la más llena de ternura. Pablo está prisionero y además se siente viejo, le pesan los años más que las cadenas que le aprisionan.
El Apóstol le habla a Filemón de esta situación personal suya, para que se acuerde de la amistad que les une y así se disponga a concederle lo que le quiere pedir. Algo por otra parte que no es para él mismo. Pablo se olvida de sus necesidades y le pide por Onésimo, el esclavo de Filemón que le fue rebelde y que ahora se ha convertido al cristianismo.
Bonito ejemplo para cada uno de nosotros, interesante lección que hemos de aprender. Olvidarnos de nuestros problemas, no tener en cuenta nuestros pesares y pensar en el modo de aliviar a los demás. Que nunca el peso de nuestro dolor nos aplaste de tal modo que seamos insensibles al dolor de los demás.
"Quizás se apartó de ti para que le recobres para siempre..." (Flm 15)
Pablo no alude a que la esclavitud va contra los derechos humanos, no insinúa una reivindicación de la libertad del esclavo fugitivo. Y sin embargo, sus palabras van muchos más lejos. El Apóstol no usa la fuerza ni la violencia, él recurre a la persuasión del amor, una fuerza mil veces mayor y de gran eficacia. Le explica a Filemón, el amo burlado, que su esclavo Onésimo volverá a la casa de su dueño. Pero volverá bautizado, hecho un hijo de Dios, hermano suyo en la fe... Palabras audaces e inesperadas, palabras llenas de luz que hacen comprender la grandeza de la dignidad humana trascendida por el amor de Dios.
Si yo lo quiero tanto -continúa el anciano encadenado- cuánto más lo has de querer tú, como hombre y como cristiano... Este es el único camino para que no haya esclavos, es la única solución para que la libertad del hombre sea una realidad. Sí, el amor romperá las cadenas de cualquier servidumbre, el amor vencerá al odio, hará imposible la lucha de clases y las liberaciones falsas y violentas.
4.- "Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío" (Lc 14, 26) Como en otras ocasiones, también en la que nos refiere hoy el texto sagrado encontramos a Jesús rodeado de mucha gente. Era fácil seguir al joven rabino de Nazaret, que hablaba con autoridad, amaba a los niños y prefería a los humildes. No obstante, el Señor les dice que para seguirle hay que posponerlo todo a su amor: los padres, la mujer y los hijos, incluso uno mismo ha de estar en segundo plano respecto de Jesucristo. La doctrina no puede ser más clara en lo que respecta a las exigencias que comporta, el Maestro no palió las dificultades, podríamos decir que incluso parece exagerarlas un poco.
De aquí que no hemos de extrañarnos de que a veces nos cueste el ser fieles al Evangelio, que en ocasiones llegue hasta ser heroico cumplir con la voluntad divina. Por otra parte, podemos pensar que quien no nos ha engañado en cuanto a las dificultades, tampoco nos engaña en cuanto a la promesa y el premio para quienes le sean siempre fieles. Es cierto, por tanto, que hemos de luchar con denuedo cada día contra todo aquello que se opone a Dios, contra todo obstáculo que se interponga entre el Señor y nosotros; aunque ese obstáculo sean nuestros seres más queridos, o nuestro propio provecho personal.
El premio es tan grande y tan duradero que exige un precio elevado pero no equitativo, pues por mucho que se tenga que sufrir o sacrificar nunca pagaremos adecuadamente los bienes que el Señor nos ha preparado para toda una eternidad. Por eso estemos persuadidos de que vale la pena sufrir un poco durante unos años, para poder un día gozar mucho y para siempre.
Posponerlo todo al amor de Dios no significa, por otra parte, que uno haya de prescindir del amor a nuestros padres o demás familiares, ni que hayamos de anularnos a nosotros mismos. No se trata de destruir, prescindir o anular, sino de trascender, de sublimar, de elevar a un plano sobrenatural aquello que de por sí es sólo natural. Así, quien se haya entregado al servicio de Dios mediante una consagración a Él, no está exento de querer a sus padres, a los que quizá ha disgustado con su entrega. Tendrá que quererlos y cuidarlos si es preciso, estar atento a sus necesidades y procurar atenderlas. En cuanto a uno mismo, decíamos que Dios no quiere la anulación de nuestra persona sino su perfeccionamiento. Lo que hay que destruir es lo que de malo o torcido llevamos en nuestro interior, todas esas inclinaciones y deseos, claros o larvados, que nos incitan al mal.
Termina diciendo el Señor que quien no renuncia a todos sus bienes, no puede ser su discípulo. El Maestro no se limita a decir claras las cosas, además las repite. Ojalá aprendamos bien su lección y, con la ayuda de lo alto, sepamos dar un sentido nuevo, trascendente y sobrenatural, a cuanto constituye el entramado de nuestra vida.
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