“HOY SE TERMINA LA ORGÍA DE LOS DISOLUTOS”
Por Ángel Gómez Escorial
1.- San Lucas tiene una capacidad narrativa que muchas veces ha sido calificado como “autor cinematográfico”. Y así es. Muchos de sus relatos evangélicos parecen modernas sinopsis de esas que dan paso a un completo guión para una película. Y, entre ellos, el que hemos escuchado este domingo: el relato del rico comilón, que no recibe nombre en el relato de Lucas, y del pobre Lázaro. Tiene dos historias, o si se quiere mejor, dos secuencias muy diferenciadas. La primera se desarrolla en la casa de un personaje rico –llamado desde antiguo Epulón que significa que come, que da banquetes--, donde todos los días se celebraban suculentos banquetes, a los cuales asistía desde lejos el pobre y enfermo Lázaro sin que le llegará ni unas miguitas del tanto manjar. Los perros, que si se pueden mover, y que seguramente merodearían cerca de la mesa del rico, se acercaban a consolar al enfermo abriendo, lamiéndole las muchas llagas que su postración le producía.
La siguiente escena es más tremenda y, probablemente, de mayor atractivo para esos espectadores que gustan de cosas truculentas. El pobre ha muerto y descansa en el seno de Abrahán que no es otra cosa que el cielo, la gloria, la salvación. El rico también ha muerto y sufre la sed del infierno. Y se establece una conversación. La escena hace pensar que los tres personajes están cerca, pues pueden hablar, digamos que con normalidad. No a gritos. Pero una barrera infranqueable les separa. Viven ya en dos mundos incomunicados. Bueno, y hasta ahí el guión, el relato. El cual, desde luego, como en todas las parábolas que narraba Jesús de Nazaret tienen su ritmo argumental, pero interesa su fondo, interesa que lo que se quiere enseñar con tan excelentes relatos.
2.- Muchos comentaristas opinan que el rico ni siquiera se apercibía de la presencia de Lázaro. Y dicen esto –yo estoy de acuerdo—no para disculparle sino para describir mejor la ceguera que producía su gula. Obsesionado por la comida y por la calidad y cantidad de los alimentos presentados, no tenía ojos para otra cosa, probablemente ni siquiera para sus amigos o familiares, aquellos que incluso le acompañaban, día a día en sus festines. Merece la pena detenerse un poco en la ceguera que produce la obsesión por comer, porque ella está perfectamente visible en nuestro tiempo. Y tiene mayor “delito” que en los tiempos de Lázaro y Epulón porque la eficacia de los medios periodísticos muestran con mucho detalle las amplias zonas del planeta donde la gente –y sobre todo los niños y los ancianos—mueren de hambre, mientras que en el llamado “primer mundo” malgastamos comida o empleamos mucho dinero para obtener unos manjares a todas luces innecesarios.
3.- Jesús de Nazaret continúa mostrando sobre todo el exceso y la injusticia en que vivía su mundo, su época. Como decíamos, el rico Epulón seguía ciego sin ver a Lázaro mientras que este moría de hambre y de enfermedad. Hay muchos Epulones en nuestra época y todos lo somos un poco –o un mucho—cada vez que solo pensamos en la categoría y calidad de nuestras mesas mientras que otros pasan hambre. No se trata de sea aguafiestas. Ni de condenar una mesa bien puesta. Hay personas expertas en cocina que con unos alimentos corrientes y de bajo precio, son capaces de preparar platos suculentos y de un gran aprovechamiento alimenticio. Las buenas cosas que nos trae la vida son también obra de Dios. Lo que no es de Dios, y solo muestra de nuestro egoísmo es que ni siquiera lo básico, aquello que permite la vida, como puede ser una alimentación pobre, pero suficiente, no llegue a tantos millones de personas. La avaricia por la comida es una de las características de un pecado llamado gula y, ciertamente, es también una fórmula de idolatría. Sinceramente, deberíamos meditar especialmente hoy nuestros excesos con la comida. Tienen mucho de injusticia respecto a los más necesitados, pero también hacen daño. Nos hacen daño, producen enfermedades y también es una falta grave destruir nuestra salud.
La primera lectura es del profeta Amós y esté en perfecta correspondencia con el Evangelio de Lucas. Como lo ha estado en los domingos anteriores respecto a la avaricia y a la misericordia. Amós hoy nos muestra una frase terrible pero muy expresiva: que yo interpreto como: “hoy se termina la orgía de los disolutos”. Y no es otra cosa que una aproximación muy gráfica a la escena de Lucas que hemos escuchado hoy. Dice: “bebéis vinos generosos, os ungís con los mejores perfumes y no os doléis del desastre de José. Por irán al destierro, a la cabeza de los cautivos. Se acabó la orgía de los disolutos.”
4.- La otra secuencia de Lucas nos muestra la vida futura. La justicia tras la muerte. El rico sufre una sed inconmensurable. Mendiga una gota de agua. Pero ya no es posible atenderle. Lázaro no puede traspasar el muro invisible que separa a las dos situaciones. Pero lo que más llama la atención es la demanda del rico pidiendo que alguien que ya ha pasado por estos sufrimientos --¿él mismo Epulón?—vaya a la tierra a contar sus desdichas para evitar futuros sufrimientos a sus hermanos. El Patriarca Abrahán le contesta con que tampoco creerían a un muerto y que ya cuentan los vivos con la Ley de Moisés. La lección de Abrahán es profunda, pero muy sencilla: la ceguera de Epulón le impedía ver no solo su propia perdición, si no la de su propia familia, la de sus amigos. Y es que él en vida, solo tenía ojos para el goce personal, lo demás no tenía importancia. Si reflexionamos un poco veremos como en nuestro caso, y en muchas ocasiones, hemos desenfocado gravemente gestos y apetencias que en su base son normales para convertirlas en auténticas obsesiones negadoras de la realidad, y de lo que es peor: del amor a nuestros semejantes. Hay adicciones terribles, a las que, sin duda, se llega por ausencia de voluntad en evitarlas, pero que tienen una capacidad “de enganche” que, en parte, podría justificarlas. Ese es el caso de un drogadicto o de un alcohólico. Pero, ¿no es verdad que una droga como la cocaína aparece hoy en fiestas de prestigio, en lo equivalente al banquete de Epulón? Y, asimismo, ¿la adicción sin retorno al alcohol no surge de las mesas bien dotadas? En fin meditemos hoy en la injusticia tremenda que hoy nos muestra Jesús de Nazaret con la parábola del pobre Lázaro.
5.- Son muy notables las primeras palabras que hemos escuchado hoy de San Pablo en el fragmento de nuestra segunda lectura que pertenece a la primera carta a Timoteo –que también leemos en estos domingos. Esas frases de Pablo son: “Hombre de Dios, practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza”. ¿A que nos apuntábamos todos a tener esas características en nuestra vida cotidiana? Claro que si. Se acercan, sin duda, a los dones del Espíritu Santo que el mismo Pablo ha definido en varias ocasiones. Y es que las Cartas a Timoteo tienen un alto grado de catequesis próxima y de inmediata aplicación. Pablo sigue educando en la distancia a su discípulo querido, a su heredero en el apostolado y en el orden presbiteral. Y la capacidad de expresión del apóstol de los gentiles es, siempre, de enorme ayuda para todos. Hoy, también, deberíamos incluir en nuestra meditación cotidiana esa relectura pausada del fragmento de la Primera Carta a Timoteo para sacar enseñanza inmediata y de manera muy fácil.
Y, bueno, el epílogo es sencillo: nada de lo hagamos puede acometerse con injusticia o con desprecio –o ceguera—ante las necesidades de nuestros hermanos. Por que no nos engañemos: ¿no es la carencia de alimentos una forma terrible de la explotación económica de los más favorecidos?
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