DOS OPCIONES TENEMOS: DIOS O NADA
Por Javier Leoz
1.- Al hilo del evangelio del domingo pasado, el de este día, nos pone frente a frente con una de las realidades que más palpamos: nos desenvolvemos con tal facilidad en el mundo postizo, en lo práctico, en lo que se ve, tan en la fácil sensualidad…que hemos perdido cierta visión de lo divino o de lo eterno.
Hoy, al meditar la Palabra del Señor, no podemos correr el riesgo de pensar (o reducir la liturgia de este día) en aquello de “siempre han existido pobres y también ricos”. O quedarnos en la desigual distribución de la riqueza en el mundo.
Vayamos más al fondo: lo material, el cariño por el capital nos impide llegar a Dios. O mejor dicho; no nos deja instalar a Dios como fundamento, principio y fin de nuestra historia.
Cuando el hombre se empeña en vivir más allá de sus propias posibilidades y a todo tren, se deshumaniza. Nunca como hoy, el ser humano, ha tenido tanto y nunca, como hoy, -ahí están las estadísticas- las personas soportan desencanto, ansiedad, depresión o recurren a otras salidas porque, la vida, se les hace insípida, dura, inmisericorde, tremendamente pesada. ¿Qué hacer?
Es bueno, como nuevos “epulones” mirar al cielo. ¡Mándanos un rayo de tu luz, Señor! Para que descubramos las sombras, los riesgos, las hipotecas y la oscuridad que brota de la simple materialidad.
Es bueno, como nuevos “epulones” exclamar a lo más alto del cielo: ¡Mójanos, Señor, el paladar! Para que podamos saborear de nuevo el gusto de la Eucaristía. Para que no olvidemos que, tu Palabra, es el mayor tesoro por descubrir en nuestro caminar por la tierra.
Dos opciones tenemos como cristianos: o acoplarnos a Dios o despegarnos de las cosas. Las cosas, a una con nuestro propio fin, dejan de servirnos. Dios, antes y después de nuestra partida, estuvo, está y estará esperándonos. ¿Con qué nos quedamos? ¿Con quién nos quedamos?
2.- Hoy, ser creyentes, implica el optar. Los escaparates nos seducen, nos anuncian, nos engañan, nos venden. La fe, por otra parte, nos hace discernir, nos lleva a la verdad, nos enfrenta a nuestro propio yo. Hay que mirar al cielo aún a riesgo, desde la barrera, de dejar de lado dulces que embaucan pero que no nos dejan ir al fondo de las grandes verdades.
Hoy, ser creyentes, exige el vivir con las antenas levantadas. ¡Recibimos tantas ofertas! ¡Tenemos tantas tentaciones de abandonar! Pero, ahí reside y empieza nuestra grandeza; no hemos visto al Señor pero creemos en El; no lo hemos tocado, pero lo sentimos cerca; no lo hemos escuchado, pero su Palabra suena con timbre y nítidamente en muchas circunstancias y en otros tantos momentos de nuestra existencia.
3.- Amigos; no vendamos a Jesús por lo que el mundo, en contrapartida engañosa, nos ofrece. Entre otras cosas porque, el fiarse hoy del Señor, como lo han hecho miles y miles de hombres y de mujeres en la historia cristiana, nos abre todo un horizonte en el futuro. Un mañana cierto, una patria definitiva donde veremos cara a cara lo que celebramos y vivimos hoy en esta Eucaristía.
Que el Señor, riqueza y motor de nuestro existir, nos haga levantar nuestros ojos al cielo aún teniendo los pies bien asentados en la tierra.
Que nuestra actitud, independiente de la situación económica en la que nos encontremos, sea la de unas personas abiertas a Dios; solidarias con los más necesitados y conscientes de que, lo efímero, jamás puede eclipsar el don de la fe.
4.- NO SEA YO, EPULÓN, SEÑOR
Que no me ciegue la riqueza
Que mi existencia no dependa de lo que aparentemente veo
Que no me cierre a tu presencia
Que no viva de espaldas a las necesidades de mis hermanos
Que guarde la actitud del asombro que produce la fe
Que cuide mi riqueza interior más que la exterior
Que no me resista a vivir como quien sabe que es un peregrino
Que no olvide de mirar al cielo todos los días
Que no olvide de volver mis ojos a la tierra, todos los días
NO SEA YO, EPULÓN, SEÑOR
Si estoy frío, calienta mi espíritu
Si vivo de espaldas a tu Palabra, vuélveme en la dirección adecuada
Si soy insensible a tu llamada, háblame de nuevo
Si estoy sordo, ábreme mi oído
Si escucho demasiado al mundo, llévame al oasis del silencio
SI estoy pendiente de los mil tesoros, hazme descubrirte como el más valioso
NO SEA YO, EPULÓN, SEÑOR
Y cuando llegue el día de partir,
encuéntrame dispuesto
Y cuando llegue el momento de morir,
hazme vivir en Ti
Y cuando llegue el instante de dejarlo todo,
que sienta pena de aquello que, por falta de tiempo,
no me dio lugar a poder ofrecer.
Amén.
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