Hoy es el primer domingo del mes de octubre, el mes misionero por excelencia. Un mes que comienza con la memoria de santa Teresita del Niño Jesús, patrona de las misiones. Un misionero es aquel que, allá donde va, lleva la fe cristiana, el Evangelio. Este domingo, la palabra de Dios nos habla precisamente de la fe.
1. El justo vivirá por su fe. En la primera lectura escuchamos el lamento del profeta Habacuc, que se queja ante Dios de las desgracias que suceden a su alrededor y del escándalo que produce el silencio de Dios ante éstas. El profeta acude a Dios pidiéndole auxilio ante las injusticias y la violencia. Sin embargo, la respuesta de Dios no ofrece una solución a sus problemas, como el profeta espera, sino que le invita a perseverar en la fe. Dios no permanece indiferente ante los sufrimientos de los hombres, sino que anuncia un castigo para los injustos, mientras que “el justo vivirá por su fe”. Por tanto, Dios no es injusto permaneciendo alejado de la realidad del hombre, sino que promete una justicia.
La justificación, la salvación, tal como anuncia Dios al profeta Habacuc, no viene por cumplir una serie de leyes y preceptos, como pensaban los judíos, sino que es la fe la que salva al creyente. Una fe que es confianza en Dios y que proviene del amor de Cristo. Muchas veces hemos oído expresiones tales como: “Yo tengo mucha fe a tal santo o a tal imagen de Cristo o de la Virgen”. Es hermoso tener devoción a un santo o a una advocación de María. Pero la fe no es un sentimiento o una devoción particular, sino que la fe implica la vida entera, es un encuentro con Cristo, con la misericordia de Dios. No podemos decir que tenemos fe si nuestra vida no cambia según nos enseña el Evangelio. Por esto, la respuesta de Dios a Habacuc no es la solución de sus problemas, sino la confianza en un Dios que ama y que está al lado del que sufre.2. Señor, auméntanos la fe. Siguiendo con este mismo tema, en el Evangelio de hoy encontramos la petición que los discípulos hacen a Jesús: Auméntanos la fe. Los discípulos reconocen que su fe es débil, pobre. Que han escuchado a Jesús predicar y hacer milagros muchas veces, que lo siguen de verdad, pero que en el fondo de su corazón no tienen todavía esta confianza plena en un Dios que quiere que le entreguemos toda nuestra vida. La respuesta de Jesús es una invitación a no preocuparse por la cantidad de fe, o de su tamaño, sino a buscar una fe verdadera, auténtica, que concuerde con nuestras palabras y acciones. Por eso le dice que aunque su fe sea pequeña como un grano de mostaza, una semilla diminuta que es fácil de perder, si es auténtica serán capaces de mandar a una morera arrancarse de su lugar y plantarse en el mar. No es la cantidad de fe lo que importa, sino la autenticidad. Y Jesús explica a continuación, con el ejemplo del señor y del criado, que la fe consiste no en esperar que Dios haga lo que nosotros le pedimos o le mandamos, sino en servir a Dios con sencillez, reconociéndolo como Señor de nuestra vida y de nuestra historia.
3. Toma parte en los duros trabajos del Evangelio. Así, la fe es servicio. Como Jesucristo ha hecho con nosotros, lavándonos los pies y dando su vida por nosotros en la cruz, así hemos de hacer también nosotros. La fe nos lleva a reconocernos no como señores que pueden mandar y pedir a Dios lo que deseamos, como muchas veces hacemos los cristianos, sino como siervos que escuchan la voz del Señor y que cumplen sus mandatos, poniendo la confianza en Él, que nunca se olvida de los que le aman. Así, san Pablo, en la segunda lectura, le exhorta a Timoteo a que no se avergüence de Dios cuando hay dificultades, como hacía el profeta Habacuc al principio de la primera lectura, sino que tome parte en los trabajos por el Evangelio. Es Dios quien nos da la fuerza, le recuerda san Pablo, pues la fe es también reconocer que no son nuestras fuerzas, no somos nosotros los que somos capaces, sino que es Dios quien da su fuerza a los que tienen fe, una fuerza capaz de mover una morera hasta plantarla en el mar sólo con la palabra.
En esta Eucaristía, cada uno de nosotros, como los discípulos, le pedimos a Dios que aumente nuestra fe. Reconocemos que muchas veces nos falta la confianza en Dios. Una confianza no en que Él hará lo que le pedimos, sino la confianza de saber que nuestra vida está en sus manos, y que Él quiere hacer de nosotros instrumentos suyos. Como el criado al llegar a casa de su señor, pongámonos también nosotros ante Dios y ofrezcámosle nuestra vida para que Él haga de nosotros instrumentos que lleven su palabra allá donde vayamos, como auténticos misioneros de su Evangelio.
Francisco Javier Colomina Campos
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