¡QUÉ TODOS LOS HOMBRES SE SALVEN!
Por Ángel Gómez Escorial
1. - El padecimiento del Hombre Dios en la cruz fue de tal dimensión que bien puede decirse que todos los pecados del genero humano fueron saldados en ese momento. Los méritos de Jesús son infinitos, pero para que un hombre o una mujer se salven deben quererlo. La libertad humana es otro don de Dios que llega por semejanza con la mismísima divinidad y dicha libertad otorga, por un lado, un enorme merecimiento al hecho que querer salvarse y hacer lo posible para conseguirlo. Pero también la total posibilidad de oponerse al efecto liberador de la cercanía de Cristo y optar por otro camino.
Por todo esto son totalmente compatibles la misericordia de Dios y su justicia. Y esta diatriba que, a veces, a ocupado muchas horas en las discusiones de los teólogos, toma otra dimensión sin tenemos en cuenta con todo su valor la realidad de la libertad individual humana. Es verdad que en magnitudes "operativas" será siempre mucho más grande la misericordia de Dios que la libertad de un hombre, pero está ultima es irreductible si el ser humano lo desea así. La acción de Dios no es un narcótico. Todos hemos de aceptarla conscientemente. De ahí que el mensaje de Cristo --que se refleja en el pasaje evangélico de este 21 Domingo del Tiempo ordinario-- adquiera forma de exhortación para modificar nuestras conductas. El camino de perfección no consiste en levitar a treinta centímetros del suelo. Se trata de un análisis permanente de nuestras actitudes en función de elegir la "puerta estrecha" que significa: la entrega a los demás, una austeridad en nuestra vida que no embote los sentidos para saber con exactitud que es lo que tenemos que hacer y, sobre todo, un continuo esfuerzo por tener presencia de Dios.
2. - Hay gentes que han elegido consecuentemente la "puerta ancha". Y no lo niegan. Saben que están en una dirección que no responde a lo que algo en su interior les ha pedido. Algunos llegan a tener la clarividencia --por supuesto negativa-- de que están enfrentados a Dios. Pero la mayoría de quienes traspasan el vado amplio andan engañados. El poder del Maligno se basa en el engaño. San Ignacio de Loyola que ha sido quien mejor ha comprendido el mundo interior del creyente recomendaba siempre realizar oraciones de discernimiento para pedir a Dios que la elección fuera la adecuada. El engaño del "enemigo de natura humana" como "sub angelo lucis" --bajo el aspecto de ángel de luz-- es muy frecuente. La pirámide del engaño a veces es enorme y mantiene un entramado bien tejido de engaños para mantener al pecador enredado. No suele haber --como decíamos-- aceptaciones objetivas del mal. En su mayoría son pertinaces engaños. Y ahí es donde actúa la misericordia de Dios de manera más eficaz. Hay que abrir los ojos del engañado y ponerle en situación de comprender su error.
3. - Por otro lado, en su contenido de valoración histórica el fragmento de San Lucas que leemos hoy tiene un contenido de advertencia especifica a los judíos contemporáneos de Jesús. El Maestro les está indicando que pueden perder la primogenitura de pueblo elegido por Dios y que otros van a alcanzar dicha posición. La rebeldía --libertad colectiva-- de los paisanos contemporáneos de Jesús, impidiendo la redención pacifica, trajo dicho alejamiento y la posibilidad de que otras gentes pasaran a formar parte del pueblo elegido. Es posible que en la psicología precisa de Jesús preocupase ese factor de manera muy importante. Él se había encarnado en el seno del pueblo elegido y para salvarlo. No iba a ser así. Sin embargo, dicho comportamiento le preocupa, y mucho.
4. - La conclusión útil para este día es que somos libres para elegir el camino que queramos. Dios nos ayudará con gracias suficientes para seguir el camino que conduce a la puerta adecuada, pero nuestra libertad es insoslayable y nuestra responsabilidad también. El esfuerzo personal para nuestra salvación existe y está ahí. Para obtener --incluso para desear-- el regalo de la Gracia hemos de querer obtenerlo como una opción libre de nuestra condición humana. Pero, además, deberíamos -continuamente- dirigir nuestra oración a ese magnifico planteamiento, que, además, es un alto ideal: ¡Qué todos los hombre se salven!
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