Primera lectura: (Jeremías 38, 4-6.8-10)
Marco: El contexto es la situación de Jerusalén en el tiempo inmediato anterior a su destrucción el año 587 a.C. Se subraya la situación de carencia: el pueblo esta desanimado, el rey no tiene poder, no hay agua en las cisternas, no hay pan en la ciudad. La lectura forma parte de la así llamada “pasión de Jeremías”.
Reflexiones
1ª) ¡La resistencia a la palabra del profeta repercute en su persona!
Ese hombre no busca el bien del pueblo sino su desgracia. La situación era delicada. Jeremías ha de llevar adelante su ministerio profético en circunstancias difíciles. Nos han quedado algunos fragmentos dramáticos que hemos convenido en llamar las “confesiones de Jeremías”, que revelan muy bien la intimidad del alma de este profeta caracterizado por una exquisita sensibilidad, un amor entrañable a su pueblo y una fidelidad a Dios inquebrantable (Jr 11,18ss; Jr 15,10ss; Jr 18,18-21). También los profetas interpretaron la situación política (recuérdese la misión de Elías y, sobre todo, de Eliseo y otros muchos profetas como Natán, Isaías, Amós, etc.), porque son los intérpretes autorizados de las exigencias de la alianza que alcanza a todos los aspectos de la vida personal y nacional. El profeta tuvo que tomar parte en aquellas circunstancias y aconsejar que se rindieran al rey de Babilonia, como única salida posible y viable. Su consejo y su postura no fueron aceptados y le causaron dura oposición y persecución.
Segunda lectura: (Hebreos 12,1-4)
1ª) ¡Dejemos de lado lo que obstaculiza y corramos en la carrera que nos toca!
Corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe. Toda la historia de la salvación está orientada hacia la consecución de una gran esperanza. Esa esperanza iba tomando formas y expresiones diferentes, aunque siempre continuadas y complementarias, a lo largo de los siglos de preparación. Realizada la presencia del Salvador en el mundo, esta esperanza se expresa de una manera cristológica, es decir, el motivo y la meta de la esperanza es participar en la misma historia y destino de Jesús. El discípulo debe tener los ojos fijos en Jesús. Es necesario seguir adelante siempre y sin claudicaciones y, como sabemos, en medio de persecuciones a muerte: Olvidando lo que he dejado atrás me lanzo hacia delante en busca de la meta y del trofeo al que Dios, por medio de Cristo Jesús, nos llama desde lo alto... De todos modos, sigamos adelante siendo consecuentes con lo que ya hemos alcanzado (Flp 3,12-16). Son exhortaciones, en ambos casos, que tratan de dar respuesta a una situación real y dolorosa. Todo es posible por el poder de Dios y la contribución de las virtualidades de todo orden que tenemos a nuestro alcance. La oferta que el cristianismo hace a los hombres es valiosa como el oro y conlleva que sea estimada como tal. Hoy como ayer hay que presentar el cristianismo como una respuesta que alcanza a lo más valioso del hombre y le promete la realidad que le proporciona su sentido.
Evangelio: (Lucas 12,49-53)
Marco:Proseguimos el viaje a Jerusalén. El fragmento podría titularse: el Reino no admite rivales; su prioridad es indiscutible en los planes y actuación de Jesús. El evangelio es una noticia inquietante, que puede engendrar la división.
Reflexiones
1ª) ¡Encender el fuego en el mundo, tarea principal de Jesús!
¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. Hemos de habituarnos al estilo paradójico de Jesús. Una lectura precipitada de estas expresiones podría conducir a una comprensión desviada de sus palabras. Jesús proclamó dichosos a los promotores de la paz; se opuso a la violencia. La sangre de su cruz establece la reconciliación y la paz entre todas las cosas y entre los hombres y Dios. La paz es uno de los bienes fundamentales que se esperan para la etapa central de la salvación, porque la paz sintetiza todos los bienes de la salvación. El Dios de Jesús es un Dios de paz y no de aflicción o de guerra. ¿Cómo entender entonces estas palabras? En la Biblia hay diversos géneros literarios y uno de ellos es el uso de la paradoja. Jesús, que es el Príncipe de la paz, afirma que no ha venido a traer la paz. Cuando Jesús pide, como condición para seguirle, que hay que negarse incluso a sí mismo, o cuando dice que no es digno de él quien no le prefiere, incluso a los seres familiares más queridos, está suscitando una elección radical. En una misma familia puede haber miembros que se deciden por el seguimiento y otros no. ¿Qué ocurre entonces? Que se produce una criba, una división, no querida directamente por Jesús, sino resultado de la opción tomada por el discípulo que decide seguirle. Es decir, el seguimiento de Jesús provoca muchas oposiciones. Jesús es una bandera discutida. Simeón lo había afirmado en la presentación del templo (relato de la infancia, Lc 2), donde leemos una página entendida retrospectivamente*. La prueba definitiva de que Jesús fue rechazado por su pueblo es que fue condenado a muerte en cruz (cf. Jn 7 y 8: en ambos capítulos aparece por once veces que la vida de Jesús estaba en grave peligro de muerte; en ellos se subraya la labor de juicio y de criba que provoca la palabra y los gestos de Jesús).
Es, por tanto, una verdad extendida por todo el evangelio que la persona, las palabras y los gestos de Jesús, que vino a establecer la definitiva paz entre los hombres, y entre Dios y los hombres, de hecho lleva consigo la división por la exigencia de la opción tomada frente a él. División no querida, pero inevitablemente producida. Jesús es un valor absoluto que está incluso por encima de la sagrada institución de la familia.. Este evangelio sigue siendo vivo hoy, pero encuentra no pocas dificultades. No es fácil compaginar la seriedad del seguimiento de Jesús, así presentado y planteado, y la cultura de los hombres de hoy. ¿Hablaría de la misma manera, propondría las mismas exigencias, se arriesgaría de la misma manera si Jesús viniese hoy al mundo como lo hizo entonces?... La respuesta es que el Evangelio es único y para siempre y que, por tanto, Jesús es único y para siempre: Jesucristo es el mismo ayer y hoy y siempre (Hb 13,8).
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