• Los discípulos están reunidos en un mismo lugar (19 y 26). Una manera de decir que son comunidad eclesial. También el «domingo» es expresión del mismo -las dos aportaciones (19 y 26) se producen en domingo-: es el día en que nos reunimos como Iglesia para celebrar que el Resucitado está en medio de nosotros.
• En el evangelista Juan encontramos, otras veces, que los seguidores de Jesús tenían «miedo de los judíos» (19): en el relato del ciego de nacimiento (Jn 9, 22).
• Hace falta tener bien presente que en el Evangelio de Juan la expresión «los judíos» no tiene un sentido étnico, no designa el pueblo de Israel como tal, sino que toma un sentido religioso y se refiere concretamente a los dirigentes religiosos del pueblo. En el momento que estamos viviendo, conviene ser delicados con denominaciones como esta.
• También va bien saber que la comunidad a la que va destinado el Evangelio de Juan había vivido la dura experiencia que, a partir del año 70 dC, el judaísmo fue dominado por los fariseos, que provocaron una ruptura total con los cristianos: habían acordado expulsar de la sinagoga todo el mundo quien confesara que Jesús era el Mesías (Jn 9, 22).
• Pese al «cierre» (19), el Resucitado toma la iniciativa y se hace presente en medio de los discípulos.
• En esta iniciativa, Jesús da «la paz» (19), su paz, la que el mundo no da (14, 27), tal y como lo había anunciado.
• Mostrar «las manos y el costado» (20), que son los lugares con las marcas de la muerte en cruz, es una manera de incidir en que el Resucitado es el mismo que fue Crucificado.
• La expresión «como el Padre» (21) o, en otros lugares, tal y como yo os lo he hecho (Jn 13, 15) indica como tiene que ser la vida del discípulo: dejarse modelar según Jesús, como Él se ha dejado modelar por el Padre.
• Aquello que define Jesús es la misión, el ser «enviado». También sus discípulos, y la Iglesia como tal, serán definidos por la misión que Él los da (21): Tal y como tú me has enviado al mundo, yo también se los he enviado (Jn 17, 18).
• La Iglesia reunida, la paz, la misión… todo arranca de la Pascua. Será el don del Espíritu quien lo active. El soplo (22) de Jesús sobre los discípulos expresa que su Resurrección abre el paso a una creación nueva: Entonces el Señor-Dios modeló al hombre con barro de la tierra. Le infundió el aliento de vida, y el hombre se convirtió en un ser vivo (Gn 2, 7). Jesús había rogado al Padre que diera un Defensor a los discípulos (Jn 14, 16), es decir, quien pueda ser invocado para auxiliar, acompañar y ayudar, pero también para aconsejar y consolar, y para interceder. Es el Espíritu Santo. Con Él llegan el recuerdo y el conocimiento (Jn 14, 26) que marcan el comienzo de la fe (Jn 7, 39). El Espíritu es, en Juan, un maestro que ilumina. Y es quien da al creyente su identidad propia de testigo de Jesús (Jn 15, 26-27). Podríamos decir que el Espíritu es el verdadero autor del Evangelio, porque de Él viene el recuerdo de aquello que Jesús hizo y dijo, y al comprensión de este recuerdo.
• Las palabras de Jesús sobre el perdón (23) nos recuerdan las que recoge Mateo dirigidas a Pedro (Mt 16, 19) y a toda la comunidad (Mt 18, 18). Palabras en las que «atar y desatar» significa excluir o admitir en la comunidad. El Resucitado deja este don precioso y tan delicado en manos de la propia comunidad de los discípulos, portadora para el mundo de la vida nueva. Una grande responsabilidad.
• La finalidad de la evangelización es que quienes no conocen a Jesús sean «felices» conociendo, sean «felices» con la fe.
• Los vv. 30-31 expresan, precisamente, que la finalidad del Evangelio escrito es esta: «para que creáis en Jesús y tengáis vida en Él».
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