Y SE NOS MOSTRÓ LA GLORIA…
Por Ángel Gómez Escorial
1.- No es que estemos viendo, todos los días, milagros y prodigios. Pero, sin embargo, hay muchas cosas extraordinarias que pasan ante nuestros ojos…Y, tal vez, nos impresionan de momento y luego las olvidamos porque nada tienen que ver con la rutina de nuestra existencia habitual. Habrá que reconocer que el prodigio del Monte de la Transfiguración tuvo que ser impresionante. Pero Pedro, Juan y Santiago lo olvidaron. Es llamativo ver como los apóstoles han de “esperar” a Pentecostés, a la llegada del Espíritu Santo, para, por fin, apercibirse de quien era, verdaderamente, el Señor Jesús. Los grandes comentaristas del Evangelio siempre quisieron ver en la Transfiguración un golpe de aliento dirigido a los apóstoles para cuando las cosas fueran mal. Algo que sirviera para mantener la fe y la entrega de los discípulos. Pero no fue así. Y eso que parece un fracaso para las intenciones del Señor, alinea, perfectamente, a los apóstoles con nosotros, con los ciudadanos corrientes insertos en esta segunda década del siglo XXI.
2.- Estoy convencido que, a lo largo de nuestra vida de fe, hay muchos hechos llamativos y hasta extraordinarios que nos llegan. De momento, los identificamos, vemos su especial contenido, nos sirven para resolver un asunto de fe o para llevar a cabo algún tipo de ayuda a los hermanos. En esos momentos en que aparecen tales hechos los entendemos como especiales, pero luego pasa el tiempo y se olvidan. E, incluso, es posible que volvamos a mendigar de Dios luces para entender aquello que solucionamos en su día y que se ha perdido, se ha olvidado.
3.- El relato de San Lucas sobre la Trasfiguración, no por conocido, deja de ser, siempre, subyugante. Jesús estaba en oración en lo alto del monte --es verdad que el Señor elegía sitios apartados y también altos para mantener su diálogo continuado con el Padre-- pero casi nunca se llevaba a nadie. Prefería quedar en soledad. En este caso son Pedro, Juan y Santiago quienes le acompañan. Y hemos de meditar un poco –o, al menos, no cerrarnos—a que Dios, en algunas ocasiones, decida mostrarnos señales o mojones en el camino para que no nos perdamos. Si no existiera esa forma de comunicación de Dios con nosotros, verdaderamente la fortaleza de la fe sería muy difícil. Y aquí la humildad y la perspicacia, sabiamente unidas, pueden ayudarnos. Lo que el Dios Hombre, Jesús de Nazaret, tenía previsto para Pedro, Juan y Santiago era muy importante, mucho. Tendrían que construir la base para la transmisión de la Palabra del Reino y dar los primeros pasos catequéticos y organizativos para que ello tuviera éxito. Eran columnas de la Iglesia como bien podría definirlos Pablo de Tarso. Necesitaban, pues, saber de la divinidad de Cristo y de la glorificación del cuerpo humano tras la resurrección.
4.- Pero no fue así. Pedro quiso perpetuar esa situación y trabajar, duro, al principio, construyendo tres tiendas, para, después, ya no hacer nada y vivir a la “sombra” de la gloria que se manifestaba. Pedro ejerció su libertad, un tanto ramplona y desenfocada, de acuerdo con lo que allí en el monte se mostraba, pero libertad al fin y al cabo. Dios muestra, pero no impone. No manipula la mente. Es de suponer que “una vez abiertos los ojos” de los apóstoles por el efecto del Espíritu Santo, la re-contemplación de innumerables escenas y momentos vividos en compañía de Jesús tuvo que ser una de las bases de su empuje y seguridad a la hora de transmitir el mensaje de Cristo. Eso mismo también puede pasarnos a nosotros. Cuando “nos caemos del burro”, cuando de sopetón se comprende algo que ya hemos vivido con todas sus claves y contenidos suele ser, ya, un argumento imbatible.
5.- Y de cara a nosotros, pues decir que la escena que narra Lucas también nos sirve y nos entrega un mensaje. La glorificación final del cuerpo humano. Terminar con el ciclo temporal de la existencia y dar una nueva dimensión de vida y pensamiento, es algo muy grande. La conversación del monte, sus imágenes, sus características, nos lo muestran. Moisés y Elías habían sido hombres como nosotros y ahora estaban en otro momento de existencia, en otra dimensión o como se quiera llamar. Es verdad, que la vivencia próxima de los apóstoles y de los primeros discípulos del Resucitado tuvo que servir para profundizar en ese futuro nuestro que se ofreció con toda claridad en el monte de la Transfiguración.
6.- La primera lectura, sacada del capítulo 15 del Libro del Génesis, nos ha mostrado la acción de Dios para confirmar su alianza con Abrahán. Y el relato es grandioso y un sobrecogedor. Abrahán prepara los animales para el sacrificio y los pone sobre el altar… Y es el poder de Dios quien completa el holocausto. “Un terror intenso y oscuro cayó sobre él…” Frase inquietante que, sin duda, refleja la soledad tremenda del hombre ante Dios. Es verdad que Jesús de Nazaret nos muestra la naturaleza de Dios. Desde que Él llega a la vida de los hombres la imagen de Dios es otra. Dios es un Padre amoroso y tierno con sus criaturas. Pero eso, a mi juicio, no contradice con el poder infinito de Dios que, sin duda, al ser humano produce temor por el poder y la grandeza de Dios al, inevitablemente, compararse con su pequeñez, pobreza y desvalimiento de criatura. Además, es la antorcha de Dios la que quema la ofrenda de Abrahán, pero, ¿por qué es el mismo Dios el que ejecuta el sacrificio? ¿No es un anticipo del sacrificio de su propio Hijo en lo alto del Gólgota? Abrahán entra en el sueño dentro de un gran terror. ¿No hay similitudes con el abandono de Jesús del Viernes Santo? Y, también, ¿no es terror lo que Pedro sufre cuando está en el patio de la casa del Sumo Sacerdote? La mirada de Jesús sobre Pedro le servirá al primer Papa de la Iglesia para no fallar definitivamente, para vencer su terror, dentro de esa noche oscura y tenebrosa en la que su amado Maestro, Jesús de Nazaret, se acercaba al sacrificio. Se abría, pues, una nueva Alianza en el medio de una noche difícil, como ocurrió igual es esa otra noche terrorífica en la que Dios pactó con Abrahán.
7.- Pablo en la Carta a los Filipenses consagra la doctrina de la resurrección gloriosa. Un día, de todos los humanos, al modo del cuerpo glorioso de Jesús, resucitaremos. La imagen se relaciona bien con el episodio de la Transfiguración. Y hace pensar que los discípulos, tras contemplar al Resucitado, y su capacidad para superar tiempo y espacio, lo relacionaron con la escena del monte. Y es lo que decía al principio: todas esas cuestiones –sin duda, difíciles y maravillosas—que Jesús fue enseñando a sus discípulos a lo largo de su vida pública, fueron, luego, sirviendo para mejor narrar la condición divina del Maestro. Pablo, sin duda, se inspiró en los testimonios directos de los primeros discípulos. Recuérdese como él reproduce las palabras de Jesús del Jueves Santo, en la Institución de la Eucaristía, durante la Cena, en uno de los textos más antiguos del evangelio: en el capítulo 11 de la Primera Carta a los Corintios.
8.- Reflexionemos en la quietud de nuestro hogar, en la intimidad de nuestro rato de oración, con lo que nos ofrecen las importantes lecturas de hoy. Hay ellas, en las tres, una conexión entre vida temporal y eternidad. Una cercanía entre Dios, omnipresente y eterno, y los hombres y mujeres de todos los tiempos que, aunque exhiben su poquedad, pueden acercarse al milagro de la glorificación final. Ello parece un poco lejano dentro de lo que vivimos nosotros, inmersos en la mediocridad de una época cada vez más material y chata. Pero se nos muestra en la Escritura. Conviene, pues, seguir preparándonos para lo sublime que contienen las celebraciones de Semana Santa y Pascua. La cuaresma es tiempo de amor y de preparación. No lo olvidemos.
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